Éxodo

Historia de un viaje de vuelta

  1. La bendición de la colaboración
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Buenos días. El capítulo 18 de Éxodo relata el reencuentro de Moisés con su familia. Para protegerlos de posibles represalias del faraón, Moisés había mandado a su esposa Séfora y sus hijos Gerson y Eliezer a casa se su suegro Jetro, pero ahora, luego de un tiempo de separación, este los alcanzó junto al monte Sinaí. Los primeros versículos describen algunos detalles de ese momento, y sacamos algunas enseñanzas para que nuestros encuentros también sean edificantes.

En la segunda parte se nos da un vistazo de cómo era la vida cotidiana de Moisés y encontramos un sabio consejo que Jetro le dio, respecto a su forma de llevar adelante su labor de liderazgo. Leamos desde el verso 13 al 27

Aconteció que al día siguiente se sentó Moisés a juzgar al pueblo; y el pueblo estuvo delante de Moisés desde la mañana hasta la tarde. Viendo el suegro de Moisés todo lo que él hacía con el pueblo, dijo: ¿Qué es esto que haces tú con el pueblo? ¿Por qué te sientas tú solo, y todo el pueblo está delante de ti desde la mañana hasta la tarde? Y Moisés respondió a su suegro: Porque el pueblo viene a mí para consultar a Dios. Cuando tienen asuntos, vienen a mí; y yo juzgo entre el uno y el otro, y declaro las ordenanzas de Dios y sus leyes. Entonces el suegro de Moisés le dijo: No está bien lo que haces. Desfallecerás del todo, tú, y también este pueblo que está contigo; porque el trabajo es demasiado pesado para ti; no podrás hacerlo tú solo. Oye ahora mi voz; yo te aconsejaré, y Dios estará contigo. Está tú por el pueblo delante de Dios, y somete tú los asuntos a Dios. Y enseña a ellos las ordenanzas y las leyes, y muéstrales el camino por donde deben andar, y lo que han de hacer. Además escoge tú de entre todo el pueblo varones de virtud, temerosos de Dios, varones de verdad, que aborrezcan la avaricia; y ponlos sobre el pueblo por jefes de millares, de centenas, de cincuenta y de diez. Ellos juzgarán al pueblo en todo tiempo; y todo asunto grave lo traerán a ti, y ellos juzgarán todo asunto pequeño. Así aliviarás la carga de sobre ti, y la llevarán ellos contigo. Si esto hicieres, y Dios te lo mandare, tú podrás sostenerte, y también todo este pueblo irá en paz a su lugar. Y oyó Moisés la voz de su suegro, e hizo todo lo que dijo. Escogió Moisés varones de virtud de entre todo Israel, y los puso por jefes sobre el pueblo, sobre mil, sobre ciento, sobre cincuenta, y sobre diez. Y juzgaban al pueblo en todo tiempo; el asunto difícil lo traían a Moisés, y ellos juzgaban todo asunto pequeño. Y despidió Moisés a su suegro, y éste se fue a su tierra.

Jetro observó que gran parte del tiempo de su yerno se ocupaba en una interminable secuencia de audiencias personales. Cuando alguien tenía un conflicto, venía a Moisés para que actuara como juez de la causa. Él escuchaba las partes y pronunciaba una sentencia, conforme a las ordenanzas que recibía de Dios. Esto en sí mismo no estaba mal, puesto que las discusiones se resolvían imparcialmente y las partes quedaban conformes.

El problema radicaba en que era una tarea demasiado grande para un solo hombre. Implicaba que la gente esperara durante horas su turno de comparecer ante Moisés. Seguramente, al final del día muchos volvían a su casa sin haber podido presentar su causa, y Moisés terminaba física y mentalmente agotado de escuchar tanta queja y problemas.

Al ver esto, Jetro le dijo: No está bien lo que haces. Te cansas vos y se cansa la gente. Es demasiado trabajo para ti; no podrás hacerlo tú solo. Entonces le propone un sistema de justica organizado en jerarquías. Es decir, formar un equipo de trabajo de hombres temerosos de Dios, que sean imparciales y honestos para que atiendan las causas menos complicadas, y que a Moisés le lleguen solo aquellos asuntos verdaderamente serios. De esta manera, la atención sería más eficiente, no se resentiría la aplicación de la justicia, y Moisés estaría aliviado para dedicarse a enseñar al pueblo “las ordenanzas y las leyes”, para que la gente supiera el camino por donde debían andar, y lo que han de hacer.

Moisés lo hizo, no solo porque se lo aconsejó su suegro, sino porque evidentemente, tuvo la aprobación de Dios. Y el sistema funcionó, porque el trabajo en equipo es un principio divino. En toda la Escritura vemos que caminar solo no es recomendado. Más bien, se nos exhorta a buscar la compañía de aquellos que piensan y viven como nosotros.

La iglesia es el máximo ejemplo de ese principio. Dios la estableció para que alcance su mayor potencial solo cuando trabaja en equipo. Exactamente igual que un cuerpo humano. Para que funcione correctamente cada uno de los miembros del cuerpo debe ocupar su lugar y cumplir su función.

Hemos escuchado muchas veces que no se puede ser un cristiano incomunicado. Sabemos bien que no debemos dejar de congregarnos, porque donde están los hermanos juntos y en armonía, allí envía el Señor bendición y vida eterna. Pero tampoco se puede servir en soledad. Es verdad que “Solo se va más rápido”, pero “acompañado, se va más lejos”. Nos necesitamos para edificarnos mutuamente, para alentarnos al amor y a las buenas obras, para ayudarnos, amonestarnos, y restaurarnos. En definitiva, para crecer.

Como dice Pablo en Efesios 4:14: “para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor.”

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