Éxodo

Historia de un viaje de vuelta

  1. Herencia.

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Aquella trágica noche de pascua, el juicio de Dios cayó con severidad contra Faraón y contra su pueblo. Tal como el Señor lo había dicho, hubo clamor en toda la tierra, porque en cada casa había un muerto. La reacción de los egipcios no se hizo esperar. Ellos mismos apremiaron a los israelitas para que se fueran. No solo les permitieron llevarse sus bienes y rebaños, sino que además les colmaron de todo tipo de objetos valiosos, de oro y de joyas. La única condición es que no permanecieran ni un minuto más cerca de ellos… o todos serían destruidos.

Así, luego de 430 años, los hijos de Israel salieron. Era una multitud de unos 600.000 hombres a pie, sin contar los niños. Algunos calculan más de 2 millones de personas, entre las cuales salieron también todo tipo de gentes, de los que tendremos noticias más adelante. Ahora, Israel ya era una nación, y era libre. La primera instrucción que reciben de Dios tiene el propósito de inmortalizar el momento. Tenían que hacer algo que les recordara siempre quieres eran, de donde habían salido y quien los había liberado. Leamos Éxodo 13:1-16

Jehová habló a Moisés, diciendo: Conságrame todo primogénito. Cualquiera que abre matriz entre los hijos de Israel, así de los hombres como de los animales, mío es. Y Moisés dijo al pueblo: Tened memoria de este día, en el cual habéis salido de Egipto, de la casa de servidumbre, pues Jehová os ha sacado de aquí con mano fuerte; por tanto, no comeréis leudado. Vosotros salís hoy en el mes de Abib. Y cuando Jehová te hubiere metido en la tierra del cananeo, del heteo, del amorreo, del heveo y del jebuseo, la cual juró a tus padres que te daría, tierra que destila leche y miel, harás esta celebración en este mes. Siete días comerás pan sin leudar, y el séptimo día será fiesta para Jehová. Por los siete días se comerán los panes sin levadura, y no se verá contigo nada leudado, ni levadura, en todo tu territorio. Y lo contarás en aquel día a tu hijo, diciendo: Se hace esto con motivo de lo que Jehová hizo conmigo cuando me sacó de Egipto. Y te será como una señal sobre tu mano, y como un memorial delante de tus ojos, para que la ley de Jehová esté en tu boca; por cuanto con mano fuerte te sacó Jehová de Egipto. Por tanto, tú guardarás este rito en su tiempo de año en año. Y cuando Jehová te haya metido en la tierra del cananeo, como te ha jurado a ti y a tus padres, y cuando te la hubiere dado, dedicarás a Jehová todo aquel que abriere matriz, y asimismo todo primer nacido de tus animales; los machos serán de Jehová. Mas todo primogénito de asno redimirás con un cordero; y si no lo redimieres, quebrarás su cerviz. También redimirás al primogénito de tus hijos. Y cuando mañana te pregunte tu hijo, diciendo: ¿Qué es esto?, le dirás: Jehová nos sacó con mano fuerte de Egipto, de casa de servidumbre; y endureciéndose Faraón para no dejarnos ir, Jehová hizo morir en la tierra de Egipto a todo primogénito, desde el primogénito humano hasta el primogénito de la bestia; y por esta causa yo sacrifico para Jehová todo primogénito macho, y redimo al primogénito de mis hijos. Te será, pues, como una señal sobre tu mano, y por un memorial delante de tus ojos, por cuanto Jehová nos sacó de Egipto con mano fuerte.

Junto con el mandamiento de comer panes sin levadura durante siete días, la consagración de los primogénitos serviría para recordar la noche en que el ángel del Señor pasó de largo las casas de los hijos de Israel, gracias a la sangre del cordero de pascua que había sido derramada en su lugar. Como forma de recordar la salvación de los primogénitos, Dios ordena que todo primer nacido en Israel, tanto humano como animal, debía ser consagrado a Dios. Consagrar significa considerar algo como perteneciente a Dios.

Los historiadores dicen que en aquel tiempo, algunos pueblos practicaban el sacrificio de los primogénitos en honor a sus dioses. En vez de esto, los israelitas debían considerar que sus vidas había sido rescatadas de la muerte y dedicadas a Dios, quien es Señor y dueño de todo. En todo esto hay una ilustración muy interesante respecto a las consecuencias prácticas de nuestra propia redención. El apóstol Pablo lo explica en 1 Corintios 6:20 “Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.”

Fuimos rescatados o comprados al precio de la vida del Hijo de Dios. Todo lo que somos y tenemos es del Señor. Por tanto, nuestra vida debe estar consagrada o dedicada a servirle y adorarle solamente a él.

Pero quería enfatizar en la reflexión de esta mañana, la importancia que Dios da a la trasmisión generacional de la fe. Vivimos tiempos donde hay voces que dicen que a los niños no hay que enseñarles sobre la fe, para que tengan libertad para decidir. Es gente que cree que está mal trasmitir a nuestros hijos nuestros valores y convicciones, pero está bien si los valores y creencias que les trasmitimos son las de ellos. Es increíble pero es así. Parece que no hay problema con hacerlos hinchas de nuestro cuadro de fútbol, pero con hablarles de la salvación eterna, si. En fin.

Dios dice otra cosa. La Palabra de Dios nos alienta, nos manda a los que somos padres a tener una actitud proactiva en la vida espiritual de nuestros hijos. Es interesante cómo el pasaje señala dos estrategias para hacerlo. El verso 8 dice “Y lo contarás en aquel día a tu hijo” y el 14 dice “Y cuando mañana te pregunte tu hijo ¿Qué es esto?, le dirás”

Por un lado enseñanza, por el otro, ejemplo. La primera tiene que ver con la trasmisión deliberada y verbal de lo que Dios quiere para nuestra vida y la suya. En Deuteronomio 6:6-9, el Señor insiste con esto: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas”.

La segunda tiene que ver con responder inquietudes que surgen de lo que ellos ven en nuestra forma de andar. ¿Por qué hacemos esto? Esta instancia es más espontanea, pero resulta de vivir a Cristo en la vida cotidiana. Una vida que contrasta con la del sistema genera preguntas. ¿Por qué vamos a la reunión? ¿Por qué ofrendamos? ¿Por qué pedir perdón?  ¿Por qué tenemos que decir la verdad? Pedro dice que debemos estar preparados para presentar defensa de nuestra fe, también ante los hijos. Aprovechemos estas oportunidades.

Ambas, enseñanza y ejemplo, son necesarias y complementarias.

El salmo 127 dice que los hijos son herencia de Jehová. Son “como flechas en manos del valiente”. Nos son dados por un poco de tiempo para que como arqueros expertos los lancemos a la vida proveyéndoles de dirección e impulso. Esto es, señalarles el camino con la enseñanza y ayudarlos a andar con el ejemplo. Nuestro ejemplo.

Después, cada uno tomará su decisión en cuanto a salvación y servicio. Pero nuestra parte como padres es instruir al niño en su camino. Criarlos en disciplina y amonestación del Señor, y orar, para que podamos decir como el anciano apóstol Juan: “no tengo mayor gozo que este, el oír que mis hijos andan en la verdad” 3 Juan 1:4.

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