Éxodo
Historia de un viaje de vuelta
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Nace una esperanza.
Buenos días. Estamos leyendo el Éxodo, que narra la liberación del pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto y su peregrinaje hasta llegar a la Tierra Prometida, tratando de sacar algunas lecciones prácticas para nuestro propio viaje por este mundo, de camino a nuestra Patria Celestial.
Cuando Jacob y su familia llegaron a Egipto invitados por José, eran solo 70 personas. Pero habían pasado cuatro siglos. José había sido olvidado. Los israelitas se habían multiplicado mucho y los egipcios, por temor y conveniencia, los habían sometido a una dura esclavitud. El punto máxima crueldad ocurrió cuando en un intento desesperado por contener la natalidad entre los hebreos, Faraón ordenó el exterminio de todos los niños varones que nacieran.
En ese contexto, surgieron dos heroínas, Sifra y Fúa, parteras hebreas que temían a Dios y no hicieron caso al mandato de Faraón. Pero no fueron las únicas. El capítulo 2 comienza con la presentación de un hombre y una mujer que formaron una familia, y que también desafiaron la ira del rey.
Un varón de la familia de Leví fue y tomó por mujer a una hija de Leví, la que concibió, y dio a luz un hijo; y viéndole que era hermoso, le tuvo escondido tres meses. Pero no pudiendo ocultarle más tiempo, tomó una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea, y colocó en ella al niño y lo puso en un carrizal a la orilla del río. Y una hermana suya se puso a lo lejos, para ver lo que le acontecería. Y la hija de Faraón descendió a lavarse al río, y paseándose sus doncellas por la ribera del río, vio ella la arquilla en el carrizal, y envió una criada suya a que la tomase. Y cuando la abrió, vio al niño; y he aquí que el niño lloraba. Y teniendo compasión de él, dijo: De los niños de los hebreos es éste. Entonces su hermana dijo a la hija de Faraón: ¿Iré a llamarte una nodriza de las hebreas, para que te críe este niño? Y la hija de Faraón respondió: Ve. Entonces fue la doncella, y llamó a la madre del niño, a la cual dijo la hija de Faraón: Lleva a este niño y críamelo, y yo te lo pagaré. Y la mujer tomó al niño y lo crió. Y cuando el niño creció, ella lo trajo a la hija de Faraón, la cual lo prohijó, y le puso por nombre Moisés, diciendo: Porque de las aguas lo saqué.
La historia del nacimiento de Moisés es conocida hasta por quienes nunca han leído la Biblia. Moisés llegó a ser uno de los hombres más importantes del Antiguo Testamento. Pero su vida estuvo marcada por la fe y el ejemplo de sus padres, Amram y Jocabed. Sus nombres no se mencionan aquí, pero figuran en Éxodo 6:20 y números 26:59. Ambos eran descendientes de Leví. Pero el rasgo más importante lo menciona el autor de la epístola a los Hebreos:
Por la fe Moisés, cuando nació, fue escondido por sus padres por tres meses, porque le vieron niño hermoso, y no temieron el decreto del rey. Hebreos 11:23
Amram y Jocabed temían a Dios. Tenían fe en Dios. Por esa fe resistieron el mandato de Faraón y no entregaron a su hijo a la muerte. Por la fe le escondieron tres meses, arriesgándose a ser descubiertos y seguramente, asesinados, ellos y sus otros dos hijos: Aarón y María (o Miriam). Por la fe, se ingeniaron para mantener con vida al niño cuando ya era imposible esconderlo en casa. Armaron la famosa canasta utilizando unos juncos también llamados papiros, que crecían en las orillas pantanosas del Nilo, los mismos juncos con que los egipcios construían sus embarcaciones y al igual que se hacía con estas, la impermeabilizaron con brea.
El plan era esconder la pequeña cuna flotante entre los juncos, mientras María montaba guardia a cierta distancia. Claramente era un plan de corto plazo. Seguramente no tenían pensado que hacer con el niño dentro de un año o a que escuela lo iban a mandar. Pero por ahora no podían hacer más. Hicieron lo que estaba a su alcance y confiaron en Dios para lo demás.
A menudo, las hazañas de la fe comienzan de esta manera, con una decisión sencilla, pero al mismo tiempo, jugada, comprometida. No digo “sencilla” porque fuera fácil, sino porque no pretendían tener respuestas para todas las contingencias que pudieran surgir. Es sencilla porque tiene muy poco de fuerzas humanas y mucho de dependencia de Dios. Todas sus dudas y sus miedos quedaron satisfactoriamente cubiertos por su fe. Si Dios quería salvar al niño, encontraría la manera de hacerlo. ¡Y vaya si lo hizo!
El Señor no solo salvó la vida de aquel niño, sino que hizo que lo adoptara la hija de Faraón y creciera en la casa del mismo hombre que lo había sentenciado a muerte. Pero además, Dios recompensó la fe de sus padres dándoles el tremendo privilegio de criarlo y encaminarlo en la fe, y como frutilla de la torta, cobrando por hacerlo.
El nacimiento de Moisés nos recuerda que los propósitos de Dios suelen tener comienzos frágiles e inadvertidos. Pero son indetenibles e indestructibles. La clave es dar ese primer paso de fe que los pone en marcha. Plantar la pequeña semilla de mostaza y dejar el resultado al Señor.
Dice Santiago en su carta que la verdadera fe se manifiesta a través de obras, de acciones concretas. Pero la fe, como las plantas, antes de brotar y manifestarse, tiene que crecer hacia abajo y echar raíces profundas en el Señor.
Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él; arraigados y sobreedificados en él, y confirmados en la fe, así como habéis sido enseñados, abundando en acciones de gracias. Colosenses 2:6-7