Éxodo

Historia de un viaje de vuelta

  1. Satanás, el imitador. Cristo, el vencedor.

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Los capítulos 7 al 12 del libro del Éxodo relatan la épica lucha entre Moisés y Faraón, que se conoce popularmente como “las diez plagas de Egipto”. En realidad, no es Moisés, ni Aarón, sino el Dios Todopoderoso actuando a través de ellos. En la otra esquina está Faraón, que aunque es el rey del imperio más poderoso de la tierra y tiene ínfulas de ser él mismo una divinidad, no es más que un hombre usado por Satanás para intentar detener el plan de Dios. Leamos éxodo 7:8 a 13

Habló Jehová a Moisés y a Aarón, diciendo: Si Faraón os respondiere diciendo: Mostrad milagro; dirás a Aarón: Toma tu vara, y échala delante de Faraón, para que se haga culebra. Vinieron, pues, Moisés y Aarón a Faraón, e hicieron como Jehová lo había mandado. Y echó Aarón su vara delante de Faraón y de sus siervos, y se hizo culebra. Entonces llamó también Faraón sabios y hechiceros, e hicieron también lo mismo los hechiceros de Egipto con sus encantamientos; pues echó cada uno su vara, las cuales se volvieron culebras; mas la vara de Aarón devoró las varas de ellos. Y el corazón de Faraón se endureció, y no los escuchó, como Jehová lo había dicho.

Hay tres cosas que llaman la atención en este pasaje. La primera es la relación entre los milagros y la fe. Si bien se utiliza la palabra “milagro” para describir cualquier acontecimiento que produce asombro o admiración, como el “milagro del amanecer” o el nacimiento de un niño, pero estrictamente, un milagro es un suceso extraordinario que no puede explicarse por las leyes de la naturaleza y que se atribuye a la intervención de Dios.

Las Escrituras están llenas de milagros, pues la revelación de Dios implica que muchas veces él tenga que intervenir de manera sobrenatural en el mundo de los hombres. Sin embargo, una cosa que queda clara es que los milagros no sirven para generar fe. En uno de sus libros, el escritor Phillip Yancey hace notar que en los momentos donde se verificaron mayor cantidad de milagros, se alcanzaron también los mayores niveles de rebeldía e incredulidad. Es el caso del tiempo de Moisés, de Elías y del propio Jesucristo.

Sin duda, Dios puede hacer milagros cómo, cuándo y dónde lo desee. Pero nuestra fe no debe descansar en que el Señor haga tal o cual cosa, sino en saber que su voluntad para nuestra vida es siempre buena, agradable y perfecta. El propósito de los milagros siempre fue demostrar el poder de Dios y autenticar la veracidad de su palabra. Por eso, los milagros sirven para afirmar la fe de los que creen, pero no alcanzan para cambiar el corazón de los que obstinadamente le rechazan. Tanto Faraón como los fariseos, son un ejemplo claro. Querían ver milagros, pero cuando los vieron, no les pareció suficiente evidencia. De hecho, los milagros endurecieron su corazón.

Otra razón para que nuestra fe no dependa de los milagros, es que pueden inducirnos a error. Moisés y Aarón hicieron lo que Dios les había mandado, Aarón echó su vara al suelo y se convirtió en serpiente. Pero los sabios y hechiceros del rey hicieron lo mismo ¿Realmente transformaron sus varas en serpientes o solo eran trucos de magia? No lo sabemos. El texto dice simplemente “echó cada uno su vara, las cuales se volvieron culebras

La segunda cosa es que Satanás aparece como un gran imitador. Las Escrituras advierten que él es mentiroso y padre de mentira y que se disfraza como ángel de luz. Dice Jesús en Mateo 24 que en el tiempo del fin “se levantarán falsos cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos”. En 2 Tesalonicenses 2:9 Pablo dice que el anticristo, o el “inicuo cuyo advenimiento es por obra de Satanás”, vendrá “con gran poder y señales y prodigios mentirosos”. Engaños para imitar al verdadero Mesías.

Hoy en día es llamativamente frecuente escuchar gente que dice hacer milagros, siempre en condición de locatario, es decir, en su campaña o templo. Seamos sabios y evaluamos todas las cosas a la luz de la Palabra de Dios. Las presuntas señales pueden confundirnos. Pero la palabra de Dios siempre será infalible lumbrera a nuestro camino.

La tercera cosa que llama la atención es la demostración de la supremacía divina. Los magos de la corte real lograron convertir sus varas en serpientes, pero la vara de Aarón se las devoró. Quizás el enemigo de nuestras almas pueda empatar transitoriamente el partido. A veces, los reveses que nos toca sufrir hacen parecer que es él quien controla la situación. Pero al final, la victoria siempre será del Señor.

En su última noche con ellos, el Señor advierte a sus discípulos lo que iba a suceder en las próximas horas. Les habla claramente de su captura y ejecución. Pero también les adelanta su resurrección y ascenso a la gloria. Les dice que serían esparcidos y más tarde, perseguidos. Pero en cada momento, él estaría a su lado dándoles paz, una paz que sobrepasa todo entendimiento:

Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo. Juan 16:33

Porque él venció nosotros también venceremos. Dice Pablo en Romanos 8 “Somos más que vencedores por medio que Aquel que nos amó. Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.

Nuestra parte en la victoria es obedecer la voz de Dios. Estar preparados. Porque como dice en Proverbios 21:31

El caballo se alista para el día de la batalla;

Mas Jehová es el que da la victoria.

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