Éxodo
Historia de un viaje de vuelta
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La preparación del Siervo (parte 1)
Buenos días. Estamos recorriendo el libro de Éxodo, que cuenta cómo Dios liberó a los israelitas de su esclavitud en Egipto y cómo los llevó hasta Canaán, la tierra que siglos antes había prometido a los patriarcas. La familia de Jacob había llegado como invitada de honor a Egipto, por ser parientes de José, el salvador de la tierra. Pero ahora estaban sometidos a dura esclavitud y el pueblo clamaba desesperadamente a un Dios que parecía ausente. Sin embargo, el Señor no se había olvidado de ellos. Al contrario. Veía su angustia y oía su clamor.
Aunque nadie lo sabía, cuarenta años atrás, Dios había puesto en marcha su plan de redención. Un hombre llamado Moisés, nacido en la humilde choza de unos esclavos herberos, pero criado en el palacio real como hijo de la hija de Faraón, sería el instrumento que Dios usaría para mostrar su poder y su gloria, tanto al poderoso imperio de Egipto, como a su propio pueblo Israel.
Los primeros años de su vida Moisés fue criado por su propia familia. La providencia divina y la oportuna astucia de María, habían permitido que Amram y Jocabed volvieran a tener a su niño hermoso en casa, esta vez, esta vez con el permiso y la financiación de la Casa Real. Sin dudas fue un tiempo donde aprendió principios y valores espirituales que marcaron su vida y definieron sus prioridades celestiales. Pero el instrumento aún no estaba listo.
Moisés era un príncipe de Egipto. Era nieto de Faraón. Dice Esteban en Hechos 7 que “había sido educado en toda la sabiduría de los egipcios y llegó a ser un hombre poderoso tanto en sus palabras como en sus hechos” (Hechos 7:22). Además de ser instruido en materias de gobierno, como legislación, administración y arquitectura, tuvo también entrenamiento militar. Los historiadores sugieren que puedo haber participado en batallas y obtenido victorias para su nación adoptiva. Sin embargo, el instrumento aún no está listo. Dice Éxodo 2:11-25
En aquellos días sucedió que crecido ya Moisés, salió a sus hermanos, y los vio en sus duras tareas, y observó a un egipcio que golpeaba a uno de los hebreos, sus hermanos. Entonces miró a todas partes, y viendo que no parecía nadie, mató al egipcio y lo escondió en la arena. Al día siguiente salió y vio a dos hebreos que reñían; entonces dijo al que maltrataba al otro: ¿Por qué golpeas a tu prójimo? Y él respondió: ¿Quién te ha puesto a ti por príncipe y juez sobre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio? Entonces Moisés tuvo miedo, y dijo: Ciertamente esto ha sido descubierto. Oyendo Faraón acerca de este hecho, procuró matar a Moisés; pero Moisés huyó de delante de Faraón, y habitó en la tierra de Madián. Y estando sentado junto al pozo, siete hijas que tenía el sacerdote de Madián vinieron a sacar agua para llenar las pilas y dar de beber a las ovejas de su padre. Mas los pastores vinieron y las echaron de allí; entonces Moisés se levantó y las defendió, y dio de beber a sus ovejas. Y volviendo ellas a Reuel su padre, él les dijo: ¿Por qué habéis venido hoy tan pronto? Ellas respondieron: Un varón egipcio nos defendió de mano de los pastores, y también nos sacó el agua, y dio de beber a las ovejas. Y dijo a sus hijas: ¿Dónde está? ¿Por qué habéis dejado a ese hombre? Llamadle para que coma. Y Moisés convino en morar con aquel varón; y él dio su hija Séfora por mujer a Moisés. Y ella le dio a luz un hijo; y él le puso por nombre Gersón, porque dijo: Forastero soy en tierra ajena. Aconteció que después de muchos días murió el rey de Egipto, y los hijos de Israel gemían a causa de la servidumbre, y clamaron; y subió a Dios el clamor de ellos con motivo de su servidumbre. Y oyó Dios el gemido de ellos, y se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob. Y miró Dios a los hijos de Israel, y los reconoció Dios.
Dice Hechos 7:23 que “Cuando Moisés hubo cumplido la edad de cuarenta años, le vino al corazón el visitar a sus hermanos, los hijos de Israel”. Entonces ocurrió el incidente que acabamos de leer. Primero, para defender a uno de sus compatriotas que estaba siendo maltratado, asesinó a un guardia egipcio. Pensó que nadie lo había visto, pero al intentar intervenir en otra pelea, esta vez entre dos hebreos, se dio cuenta que el asunto no había quedado oculto y se vio forzado a huir para salvar su vida, porque Faraón había determinado matarlo.
Esto fue un doble golpe anímico para Moisés, no solo por haber tenido que huir de su hogar como un asesino fugitivo, sino por experimentar el rechazo y la incomprensión de aquellos a quienes deseaba ardientemente ayudar.
Esteban comenta que Moisés “pensaba que sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya; mas ellos no lo habían entendido así” (7:25).
Fracasado y desesperanzado, llegó a la tierra de Madián, conoció una chica, se casó, formó una familia y se dedicó a cuidar las ovejas de suegro Jetro. Sus sueños de ser un caudillo libertador quedaron sepultados por 40 años de vida sencilla y rutinaria como pastor en el desierto. Pero el Señor no se había olvidado de él. Recién ahora su instrumento estaba listo para ser usado por Dios.
El famoso evangelista estadounidense Dwight L. Moody decía que: “Moisés pasó 40 años creyendo que era alguien, 40 años aprendiendo que no era nadie, y luego 40 años viendo lo que Dios puede hacer con alguien que sabe que no es nadie”.
Creo que la experiencia de Moisés debe ser la de todo siervo de Dios. Él quiere usarnos, pero antes debemos estar limpios y preparados. Limpios, porque solo en esa condición podremos ser vasos para honra, y preparados, porque el Señor nos hace pasar por las escuelas que considera necesarias para la obra que nos ha preparado.
Quizás te parece que este tiempo no es demasiado productivo. Quizás te sientes limitado… o inútil. Es verdad que muchas cosas que solíamos hacer están ralentizadas o restringidas. Pero también es cierto que en cada circunstancia el Señor nos enseña cosas nuevas. Aprovechemos este tiempo de quietud forzosa para aprender que “separados de él, nada podemos hacer” y a estar listos para responder afirmativamente cuando nos toque ser llamados.