Éxodo
Historia de un viaje de vuelta
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Paso a Paso (Éxodo 16:1-4)
Los futboleros más memoriosos seguramente recordarán al técnico argentino Carlos Merlo, más conocido como “Mostaza” Merlo. En el 2001, llegó a ser campeón con el Racing Club de Avellaneda luego de 35 años sin ganar nada. Durante ese campeonato, y a medida que el cuadro se perfilaba como firme candidato a quedarse con la copa, la expectativa de los hinchas crecía cada vez más. Pero Mostaza prefirió ser cauto en sus declaraciones y así surgió una frase que se hizo célebre: “paso a paso”. Todo un emblema de caminar con confianza, pero con paciencia.
El “paso a paso” describe muy bien la esencia de la experiencia cristiana. Porque nos recuerda que en nuestro andar por este mundo convivimos permanentemente con la incertidumbre y la seguridad, las dificultades propias de la vida y la serena confianza en las promesas del Señor. El pasaje que nos toca hoy del libro del Éxodo describe muy bien esta situación. Les invito a leer los primeros 4 versículos
Partió luego de Elim toda la congregación de los hijos de Israel, y vino al desierto de Sin, que está entre Elim y Sinaí, a los quince días del segundo mes después que salieron de la tierra de Egipto. Y toda la congregación de los hijos de Israel murmuró contra Moisés y Aarón en el desierto; y les decían los hijos de Israel: Ojalá hubiéramos muerto por mano de Jehová en la tierra de Egipto, cuando nos sentábamos a las ollas de carne, cuando comíamos pan hasta saciarnos; pues nos habéis sacado a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud. Y Jehová dijo a Moisés: He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no. Éxodo 16:1-4
Es notable que, en apenas 45 días de salir de Egipto, y luego de haber experimentado una y otra vez la fidelidad de Dios obrando milagros tremendos, el pueblo se sienta de esta manera. Venían de una paradisíaca parada en Elim, donde había doce fuentes de agua y setenta palmeras. Y antes habían visto como Dios había transformando en dulce el agua amarga de mara. Y antes habían visto como Dios sepultó en el mar rojo al ejército de Faraón. Sin embargo, apenas surge un atisbo de dificultad, el pueblo desfallece. No se preocupa, se desespera.
Al parecer estaban escaseando los víveres que habían traído de Egipto, y empezaron a calcular que pasaría cuando se terminaran definitivamente. El problema era muy serio, porque eran muchos y no había demasiadas opciones disponibles. ¿Qué vamos a comer?
Con exagerado dramatismo murmuran contra Moisés y Aarón, y reprochan al Señor no haberlos matado en Egipto: “Ojalá hubiéramos muerto” se decían el uno al otro, lamentándose de haber sido liberados de la esclavitud. Habían olvidado las penurias que pasaban cuando los egipcios los oprimían, no recordaban las interminables jornadas de trabajo, las cadenas, los látigos, ni el horrendo método de control de natalidad que había implementado faraón. Solo recordaban con sesgada nostalgia las ollas de Egipto. Aquellos buenos tiempos en que comían pan y carne hasta saciarse. Menos mal que nosotros no somos así de ingratos.
Porque así de triste es cuando vivimos con nuestros ojos puestos en las cosas que deberíamos haber dejado atrás. Si ya hemos sido rescatados de la esclavitud del pecado por la sangre de Jesucristo pero todavía mantenemos o añoramos los hábitos de la vieja vida, estamos actuando de la misma manera que este Israel. Nos caben las palabras de Pedro: Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles. Es tiempo de vivir conforme a la voluntad de Dios, siguiendo las pisadas del Maestro.
El pueblo de Israel desesperaba ante la incertidumbre. Pero Dios tiene, una vez más, una solución dispuesta. Les daría pan del cielo: “Y Jehová dijo a Moisés: He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no”.
El Señor quería que ellos aprendiesen a confiar en él. ¿Qué mejor manera de hacerlo que renovando sus misericordias cada mañana? Desde ese día en adelante y hasta que entraron en la tierra prometida, el Señor nunca dejó de enviarles aquel pan del cielo. Nunca. Lo envió los días que se portaban bien, y los días que se portaban mal. Porque la misericordia del Señor nunca decae, sino que permanece para siempre. Dios prometía que el maná estaría allí cada día. Pero ellos tenían que salir a recogerlo cada día. No podían guardar el de mañana, tenían que confiar en la provisión del Señor.
En su oración conocida como el Padre Nuestro, Jesús también nos enseña de la misma manera: debemos orar por “el pan nuestro de cada día”. No por el de la semana, ni siquiera por el de mañana. ¿Qué hacemos con el afán y la ansiedad? Combatirlo con una buena dosis de “paso a paso”. O como decía Jesús:
No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal. Mateo 6:31-34
Los chinos, que suelen meter buenas frases dicen: “un viaje de 1000 millas comienza con un solo paso”. El Señor está al control de nuestra vida. Confiemos en él hoy, mañana será otro día, y una nueva oportunidad para ver de nuevo su misericordia.