Éxodo
Historia de un viaje de vuelta
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La preparación del Siervo (Parte 5 – la capacidad del siervo)
Buenos días. En los últimos devocionales hemos estado repasando el encuentro de Dios con Moisés, donde, desde la zarza ardiendo, el Señor lo comisiona para que exija a Faraón dejar libre a su pueblo. Pero Moisés no cree ser la persona adecuada para la tarea. Tiene muchas preguntas sin respuesta. Sin embargo, el Señor insiste y responde a sus inquietudes. A su primera pregunta “¿Quién soy yo?” Dios le responde que no importa tanto quien es él, sino la promesa de su permanente presencia”. La segunda pregunta “¿quién eres tú?”, la contesta revelando su nombre: “YO SOY EL QUE SOY”. El Dios eterno, inmutable, y autosuficiente. El Dios fiel y soberano, el Dios de las promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob, es el que te está enviando.
Pero Moisés, que ya en una ocasión había pasado por la dura experiencia del fracaso, estaba seguro que sus compatriotas no iban a creerle. Su pregunta es ¿Cómo sé que no me rechazarán de nuevo? Leamos Éxodo 4:1-9
Entonces Moisés respondió diciendo: He aquí que ellos no me creerán, ni oirán mi voz; porque dirán: No te ha aparecido Jehová. Y Jehová dijo: ¿Qué es eso que tienes en tu mano? Y él respondió: Una vara. Él le dijo: Échala en tierra. Y él la echó en tierra, y se hizo una culebra; y Moisés huía de ella. Entonces dijo Jehová a Moisés: Extiende tu mano, y tómala por la cola. Y él extendió su mano, y la tomó, y se volvió vara en su mano. Por esto creerán que se te ha aparecido Jehová, el Dios de tus padres, el Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob. Le dijo además Jehová: Mete ahora tu mano en tu seno. Y él metió la mano en su seno; y cuando la sacó, he aquí que su mano estaba leprosa como la nieve. Y dijo: Vuelve a meter tu mano en tu seno. Y él volvió a meter su mano en su seno; y al sacarla de nuevo del seno, he aquí que se había vuelto como la otra carne. Si aconteciere que no te creyeren ni obedecieren a la voz de la primera señal, creerán a la voz de la postrera. Y si aún no creyeren a estas dos señales, ni oyeren tu voz, tomarás de las aguas del río y las derramarás en tierra; y se cambiarán aquellas aguas que tomarás del río y se harán sangre en la tierra.
El Señor entonces, le muestra una serie de señales que podría hacer como credenciales que certifiquen el origen celestial de su misión libertadora. Su vara se convertía en serpiente y luego volvía a ser vara. Su mano se tornaba leprosa y luego otra vez, sana. Y si fuese necesario, podría hacer que un poco de agua del Nilo se transformara en sangre. En la Biblia, las señales milagrosas nunca son trucos de magia para impresionar o entretener a la gente, no son para llamar la atención sobre el que las hace, sino sobre Aquel por cuyo poder se hacen, son para demostrar que Dios está promoviendo algo. Como hizo con Moisés, hizo con Jesús. Así lo reconoció Nicodemo: “nadie puede hacer las señales que tú haces, si no está Dios con él”. Así lo hizo también con los apóstoles, para establecer claramente la procedencia celestial de la iglesia y de su mensaje. Lo importante no son las señales, es el evangelio de salvación.
Dios es la fuente de poder, el canal que lo trasmite pasa a segundo plano. Notemos el caso de Moisés. Dios pregunta ¿Qué tienes en tu mano?: – “Una vara”, respondió Moisés, mirando el palo que llevaba casi como una extensión natural de su brazo. Era simplemente una rama larga y más o menos recta, que usaba a veces como bastón, para apoyarse en las caminatas por el desierto, a veces como cayado, para guiar a las ovejas y otras como arma, para defenderse y defender a las ovejas de los predadores que atacaban el rebaño. Esa simple vara sería el instrumento con el cual Moisés ejecutaría las grandes señales que Dios haría para propiciar la liberación de Israel.
Obviamente, no era una varita mágica de esas que hechiceros y hadas agitan en los cuentos infantiles o las películas de ciencia ficción. El poder no estaba en la vara, ni en Moisés, sino en Dios. Pero al usar aquel objeto, el Señor quería enseñar que, de la misma manera que Moisés emplearía su vara para hacer las señales, Dios lo usaría a él para llevar adelante sus planes. Podía ir confiado. No tenía que preocuparse por nada más que por dejarse conducir por el Señor. Solo era un instrumento en sus manos.
Muchas veces nos preocupa estar calificados para ser usados por Dios. Quizás porque no alcanzamos suficiente instrucción académica, no tenemos una buena posición social, historia familiar o ni un gran recorrido espiritual. Pero lo más importante no es lo que somos, sino en manos de quien estamos.
Lo ilustra muy bien aquella canción que describe la subasta de un viejo violín, por el cual nadie estaba dispuesto a pagar un peso, hasta que un hombre que estaba entre la gente lo tomó, y logró sacar de aquel aparentemente inútil instrumento, una música tan hermosa que estremeció a toda la concurrencia, demostrando que la cotización humana del instrumento no es lo más relevante, sino las manos del que lo ejecuta. Y nosotros estamos en manos del Maestro por excelencia.
Pero hay una lección más en la pregunta de Dios: ¿Qué tienes en tu mano?
Mira lo que Dios ha puesto en tu mano, los dones espirituales y los talentos naturales. Mira los recursos materiales, las capacidades físicas, el tiempo que tienes disponible. Puede no parecer mucho. Pero sea lo que sea, en manos del Señor puede hacer grandes cosas. Sansón venció a 1000 enemigos con la quijada de un asno. La merienda de un muchacho alimentó 5000 hombres, sin contar mujeres y niños. Moisés, con su vara, derribó un imperio. ¿Y tú? ¿Qué tienes un tu mano?
Dios te tiene en sus manos, quiere usarte, y que uses lo que ha puesto en tus manos.