Éxodo
Historia de un viaje de vuelta
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Prueba.
Buenos días hermanos. Continuamos acompañando al Pueblo de Israel en su camino a la Tierra Prometida. En el devocional anterior, celebramos junto con Moisés y María la gran victoria del Señor sobre el faraón y su ejército, y reflexionamos sobre la importancia espiritual de alabar a Dios con nuestro canto. Lamentablemente, la alegría para el pueblo de Dios duró poco, porque después de tres días de marcha, ya se enfrentaron a un problema recurrente en su marcha por el desierto. La falta de agua. La lectura en Exodo 15:22-27
E hizo Moisés que partiese Israel del Mar Rojo, y salieron al desierto de Shur; y anduvieron tres días por el desierto sin hallar agua. Y llegaron a Mara, y no pudieron beber las aguas de Mara, porque eran amargas; por eso le pusieron el nombre de Mara. Entonces el pueblo murmuró contra Moisés, y dijo: ¿Qué hemos de beber? Y Moisés clamó a Jehová, y Jehová le mostró un árbol; y lo echó en las aguas, y las aguas se endulzaron. Allí les dio estatutos y ordenanzas, y allí los probó; y dijo: Si oyeres atentamente la voz de Jehová tu Dios, e hicieres lo recto delante de sus ojos, y dieres oído a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, ninguna enfermedad de las que envié a los egipcios te enviaré a ti; porque yo soy Jehová tu sanador. Y llegaron a Elim, donde había doce fuentes de aguas, y setenta palmeras; y acamparon allí junto a las aguas.
Después de un breve descanso, Moisés llevó al pueblo hacia el interior del desierto de Shur, lugar que no es posible identificar con exactitud. Probablemente la palabra Shur, que significa “muro” describa el aspecto del terreno, que formaba una especie de acantilados donde se separaba el Sinaí del mar. Caminaron tres días, o unos 40 o 50 km. Lo cierto es que se había acabado el agua que llevaban. Esto generó preocupación y malhumor en el pueblo. Y para colmo de males, al encontrar por fin un oasis, resultó que el agua no era potable.
Quisiera pensar en tres palabras. La primera es Mara, que significa “amarga”. Según los estudiosos, esa zona es rica en sales minerales, por lo que en los pozos, el agua suele ser salobre. Me hace pensar en las decepciones de la vida cristiana. Muchos creyentes saben bien que el evangelio no promete, como es frecuente escuchar, salud, dinero y amor. Sabemos que Jesús dijo “en el mundo tendréis aflicción”. Sin embargo, cuando nos toca, igual nos sorprende.
Tenemos la tendencia de pensar en la fe como un solucionador de problemas humanos. Que si tenemos fe, todo va a marchar sobre ruedas, las cosas van a salir bien de primera. Pero olvidamos que sin dolor no hay crecimiento. Sin pruebas, no hay madurez. Por eso, ante el fracaso o el error, muchas veces aparece el desencanto y el enojo. Surge la idea de volver atrás, o de abandonar el camino. Sin embargo, Dios permite algunas circunstancias adversas, no para desalentarnos, sino para hacer más firme y profunda nuestra fe.
La segunda palabra es memoria. Al leer el texto de manera consecutiva, sorprende la mala memoria del pueblo de Israel. Me hace pensar en la desconfianza que trae desconocer el carácter de Dios. Hacía literalmente 72 horas estaban cantando sobre la grandeza de Dios y su tremenda liberación. Habían visto con sus propios ojos portentosos milagros en reiteración real. ¿Qué duda cabía que Dios estaba con ellos? ¿Qué duda cabía del amor del Señor? Sin embargo, en vez de confiar y esperar, desconfiaron, protestaron y murmuraron.
No somos tan distintos del pueblo de Israel. Si miramos con sincera autocrítica nuestras actitudes, quizás nos encontremos muchas veces en la misma situación. Tenemos el agua, pero tiene un puntito más de sal de lo que nos gustaría. Tenemos 100 cosas, pero nos falta la cosa 101. Reaccionamos protestando y quejándonos porque Dios no tenemos lo que queremos cuando queremos. Olvidamos que Dios es bueno y que siempre hace lo mejor para nuestra vida.
Ver lo mal que se ve eso en otros, nos ayuda a que, en vez de desconfiar y desesperar, miremos el gran amor que Dios ya nos mostró para encontrar base para nuestra esperanza. Nuestra esperanza no es optimismo berreta, sino la firme convicción en el amor y la fidelidad de Dios. Quizás no hace lo que deseamos, o tarda más de lo que pensamos, pero debemos confiar. Él es sabio, justo y bueno.
Por último, la tercera palabra es misericordia. El pueblo de Israel pronto se había olvidado del favor de Dios. Era quisquilloso y malagradecido. Sin embargo, ninguna de esas malas actitudes detenía la misericordia de Dios.
Misericordia es no dar lo que se merece. En particular, no castigar al pecador, aunque es lo que merezca. David lo define perfectamente en el Salmo 103:10-12
No ha hecho con nosotros conforme a nuestras iniquidades,
Ni nos ha pagado conforme a nuestros pecados.
Porque como la altura de los cielos sobre la tierra,
Engrandeció su misericordia sobre los que le temen.
La misericordia de Dios es un tema precioso y extenso. Ahora nos basta recordar que la misericordia es constante para con sus hijos. Nunca decae. Nunca falta. La misericordia del Señor permanece para siempre, dice en el Salmo 100 y varios más. Por su misericordia no hemos sido consumidos, decía Jeremías
Hermanos, en nuestro andar por este mundo, seguramente encontremos muchos estanques de aguas amargas, muchos “Mara”. Pero en vez de desconfiar del amor de Dios, tengamos memoria, recordemos su amor y su trato hacia nosotros en el paso. Recordemos su misericordia.
El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas? Romanos 8:32
Dios es bueno. El texto termina con bendición. Un milagro para que pudieran beber las aguas amargas, una serie de leyes y estatutos para que conocieran más a Dios, y un lugar de bendición, Elím, donde tenían agua en abundancia y sombra para descansar. Solo había que confiar y esperar.