Éxodo
Historia de un viaje de vuelta
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La Pascua.
En el devocional anterior estuvimos repasando la previa de la décima plaga de Egipto. Sería el juicio definitivo que Dios traería sobre la nación esclavizadora y su obstinado faraón, para mostrar en ellos su grandeza y su poder. La sentencia condenaba al primogénito de cada familia, desde el más pobre hasta el más encumbrado. Solamente habría salvación en los hogares de los israelitas que sacrificaran el cordero pascual y, como habían sido instruidos, pintaran con su sangre los postes y el dintel de sus puertas. Al ver la señal, el ángel destructor pasaría de largo y el primogénito de aquella casa no moriría.
Por esa razón, ese cordero pascual es un tipo de Cristo. El animal debía ser un macho de un año y sin defecto. Debía ser sacrificado entre las dos tardes, es decir, entre el medio día y el anochecer, y cuidando de no romper ninguno de sus huesos. La sangre sería aplicada en los postes y el dintel de la casa. Luego debía ser asado al fuego y consumido completamente.
El Nuevo Testamento aplica la figura del cordero de pascua a Jesucristo. Juan el Bautista identificó a Jesús como “el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Pablo dice que Cristo es “nuestra pascua, que fue sacrificada por nosotros” (1 Corintios 5:7). Pedro dice que no fuimos rescatados con oro o plata, sino “con la sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un cordero sin mancha y sin contaminación” (1 Pedro 1:19). En Apocalipsis 5:6, Juan ve a Jesús como “un Cordero como inmolado”, es decir, con las marcas de haber sido sacrificado. Y no fue por casualidad que Jesús fuese crucificado durante la fiesta de la Pascua (Marcos 14:12).
Del mismo modo que la sangre del cordero pascual preservó la vida de los primogénitos, la sangre de Cristo derramada en la cruz, libra a todo aquel que cree de la condenación eterna. Pero la celebración de la Pascua incluía otros tres aspectos importantes que también quiero destacar, y que tienen aplicación para nuestra vida cristiana.
Y aquella noche comerán la carne asada al fuego, y panes sin levadura; con hierbas amargas lo comerán. Ninguna cosa comeréis de él cruda, ni cocida en agua, sino asada al fuego; su cabeza con sus pies y sus entrañas. Ninguna cosa dejaréis de él hasta la mañana; y lo que quedare hasta la mañana, lo quemaréis en el fuego. Y lo comeréis así: ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente; es la Pascua de Jehová.
Éxodo 12:8-11
Quiero pensar en tres palabras: Pasado, presente y futuro.
La primera palabra es “pasado”. Tiene que ver con la guarnición del cordero asado, debía ser una buena ensalada de hierbas amargas. Las tradiciones judías mencionan la lechuga, la escarola, la achicoria y los rabanitos. Pero no estaban en el menú por su valor nutricional, ni para aportar textura o color. Para los israelitas eran un símbolo de la penosa esclavitud que habían sufrido en Egipto y que estaban a punto de dejar atrás. Dios quería que no olvidaran cómo era la vida en Egipto, para que aprendieran a valorar la libertad.
Los cristianos somos desafiados a dejar lo que queda atrás y extendernos a lo que está delante, correr con paciencia la carrera, puestos los ojos en Jesús. A poner la mira en las cosas de arriba y no en las de la tierra. Pero de vez en cuando, viene bien recordar nuestro pasado, no para martirizarnos por los errores cometidos, sino para dar gracias a Dios por su misericordia. Como dice esa canción “¡Acuérdate de dónde te sacó! ¡No te olvides que él te libró! ¡No te olvides que él te salvó! Puso tus pies sobre peña y una nueva canción te dio”. El apóstol Pablo tenía esta práctica:
Doy gracias al que me fortaleció, a Cristo Jesús nuestro Señor, porque me tuvo por fiel, poniéndome en el ministerio, habiendo yo sido antes blasfemo, perseguidor e injuriador; mas fui recibido a misericordia porque lo hice por ignorancia, en incredulidad. Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús. 1 Timoteo 12-14.
La segunda palabra es “presente”. Porque para comer el cordero esa noche, y durante toda la semana, los israelitas debían usar pan sin levadura. En tiempos bíblicos, la levadura era una masa agria, con alto grado de fermentación, usada para hacer pan. El procedimiento era mezclar un poco de esa “masa madre” con la nueva masa y esperar. Pronto toda la preparación leudaba. Esa capacidad contagio es la razón por la que la levadura se utilice como símbolo del pecado. Su efecto de contagio y corrupción es similar. Por eso, cuando se trata de levadura, el mandamiento es radical. No se habla de disminuir su cantidad, sino directamente de quitar todo rastro de ella.
Los cristianos somos santos. Fuimos santificados por la ofrenda perfecta de Cristo, hecha una vez y para siempre. Pero también somos llamados a ser santos, a despojarnos de la vieja levadura, que es una forma figurada de decir que debemos vivir apartados del mal. No se trata de ser perfectos, sino de pensar y actuar conforme a la palabra de Dios, y no conforme a las ideas del sistema mundo. Solo podemos ser santos si hemos puesto nuestra fe en el Hijo de Dios. Solo podemos vivir santamente si dejamos que su Espíritu controle nuestra vida.
Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios. 2 Corintios 7:1
Por último, la tercera palabra es “futuro”. El meticuloso cuidado que implicaba la selección y preparación del cordero, contrasta con la instrucción de cómo comerlo. Dice el verso 11: Lo comeréis así: “ceñidos vuestros lomos, vuestro calzado en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente”
Ceñir los lomos significa estar preparados. En aquella época, los hombres se vestían con una túnica larga y suelta. Pero si tenían que correr, o trabajar o luchar, la túnica les estorbaba. Entonces “ceñían sus lomos”, recogían las puntas del manto y enganchaban en el cinturón, de manera de moverse sin enredarse en la túnica. Además de ceñidos, debían estar calzados y tener en su mano el bordón, o bastón para apoyarse al caminar. Y comer rápido, como si no hubiera un mañana. De hecho, no lo habría. La salida era inminente. ¡No hay tiempo que perder!
Todo esto se podría resumir en una expresión: perspectiva de peregrino. Tener la clara conciencia que aunque estamos en el mundo, no somos del mundo. Nuestras prioridades e intereses no deben ser los de acá abajo, porque estamos de paso, viajando a la Patria Celestial. No hagamos tesoros en la tierra, ni nos afanemos desmedidamente por las cosas que el mundo ofrece, porque van a quedar atrás. Vivamos esperando el momento de nuestro encuentro con el Señor.
Se cuenta que un caminante estaba admirando el impresiónate jardín de una fastuosa mansión londinense. El césped lucía impecablemente cortado y tenía una enorme cantidad de flores, de distintas variedades y colores, exquisitamente combinadas en los canteros. De pronto, el caminante notó que el jardinero andaba en la vuelta, de modo que se acercó para charlar un rato.
– Lo felicito por el jardín, le dijo. Seguramente los dueños lo disfrutan mucho.
– Gracias, respondió el jardinero… pero la verdad es que el dueño no es de aquí, y casi nunca viene.
– Pues entonces lo felicito doblemente, porque usted mantiene el jardín como si fuera a venir mañana.
– No, respondió el veterano jardinero con una sonrisa, ¡cómo si viniera hoy!