Éxodo

Historia de un viaje de vuelta

  1. Presencia.

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Israel había salido de Egipto. Eran un pueblo libre. La primera parte del plan estaba cumplida. Ahora solo tenían que llegar hasta la Tierra prometida… sin embargo, eso no era nada fácil. Eran un contingente considerable de personas, entre los cuales había muchos niños y ancianos. Los demás, habían sido esclavos toda su vida. Marchaban en formación de combate, como un ejército para la batalla, aunque en realidad, no sabían nada de luchar.

Pero se lanzaron al camino, confiados en que Aquel que los había sacado con mano fuerte y brazo extendido, también podría llevarlos a salvo a su destino final. Dios estaba con ellos, y en su caso, la presencia del Señor era una realidad tangible. Dice Éxodo 13:17-22

Y luego que Faraón dejó ir al pueblo, Dios no los llevó por el camino de la tierra de los filisteos, que estaba cerca; porque dijo Dios: Para que no se arrepienta el pueblo cuando vea la guerra, y se vuelva a Egipto. Mas hizo Dios que el pueblo rodease por el camino del desierto del Mar Rojo. Y subieron los hijos de Israel de Egipto armados. Tomó también consigo Moisés los huesos de José, el cual había juramentado a los hijos de Israel, diciendo: Dios ciertamente os visitará, y haréis subir mis huesos de aquí con vosotros. Y partieron de Sucot y acamparon en Etam, a la entrada del desierto. Y Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarles, a fin de que anduviesen de día y de noche. Nunca se apartó de delante del pueblo la columna de nube de día, ni de noche la columna de fuego.

Hay tres cosas interesantes: La primera es el camino de Dios. La ruta más corta a la Tierra Prometida era el llamado “camino del mar”, que bordeaba la costa del Mediterráneo. Yendo por allí, además de viajar más rápido y disfrutar de un paisaje más pintoresco, no habrían tenido problemas para conseguir agua ni comida, pues era una transitada ruta comercial. Sin embargo, Dios los llevó por otro camino más largo, pero más seguro. Lo hizo así para evitar un prematuro enfrentamiento con los Filisteos. El Señor sabía que ese pueblo sería un enemigo que Israel tendría que enfrentar, pero aún no estaban listos para hacerlo, y no quería que se desanimaran, recién iniciando la travesía.

Es probable que los caminos por los que el Señor nos lleve no sean los más lógicos, o los más sencillos. Es que sus caminos son más altos que los nuestros. Él está mirando por nosotros, protegiéndonos de peligros que para nosotros son todavía invisibles, dosificando las adversidades para que nunca lidiemos con situaciones que no podremos sobrellevar. Como dice Pablo a los Corintios: “No os ha sobrevenido ninguna tentación que no sea humana; pero fiel es Dios, que no os dejará ser tentados más de lo que podéis resistir, sino que dará también juntamente con la tentación la salida, para que podáis soportar”. 1 Corintios 10:13

La segunda cuestión, es el cumplimiento de Dios. Por más que la salida de Egipto fue precipitada, Moisés no olvidó el encargo hecho por José, siglos atrás. En Génesis 50:25 aquel joven esclavo que llegó a ser el segundo después de Faraón, no quiso un lugar en ninguna de las imponentes pirámides en la que los egipcios sepultaban a sus reyes. Él sabía que Egipto no era la morada permanente del pueblo de Dios. Por eso, poco antes de morir obligó a sus hermanos a jurar que cuando Dios los visitara y los sacara de aquel lugar, no dejaran allí sus huesos.

Por supuesto, se trata de un asunto simbólico, pero muy significativo. Nos ayuda a pensar en qué y en quién está puesta nuestra esperanza. A vivir bajo la convicción del inminente regreso del Salvador. Como decía aquel himno “Más no es la muerte que espero, Señor. La tumba mi meta no es. Tu pronta venida, en tu tierno amor, esperando mi alma hoy está”.

Pero además, nos ayuda a evaluar el valor le damos a las promesas de Dios. Lo que José había visto por la fe, se hizo realidad siglos después. Pero él vivió su vida y enfrentó su muerte en paz, confiando en aquello que Dios le había revelado. Mucho tiempo después, el apóstol Pablo podría decir con la misma certeza: “Por lo cual asimismo padezco esto; pero no me avergüenzo, porque yo sé a quién he creído, y estoy seguro que es poderoso para guardar mi depósito para aquel día” 2 Timoteo 1:12.

Por último, encontramos el cuidado de Dios. En aquellos días, Dios manifestaba su presencia de una manera clara y contundente, mediante una columna de nube en el día y una columna de fuego en la noche. Los israelitas la llamaban “Shejiná”, la gloria o la morada divina. Era Dios caminando con ellos. Era Dios cuidando de ellos, dándoles sombra del sol abrasador del desierto, luz y calor para el frió de las noches. Y dirección en todo momento. Dice el verso 22: “Nunca se apartó de delante del pueblo la columna de nube de día, ni de noche la columna de fuego”.

Jesús también camina junto a nosotros. Quizás no de manera inobjetable, como en los días del éxodo, pero está ahí. Porque él es Emanuel, Dios con nosotros. Es el que dijo “yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Está ahí para cuidarnos y animarnos para continuar cuando arrecian las dificultades y la soledad nos abruma. Cuando todos me desampararon, escribió Pablo, “El Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas”.

Dice el texto que el propósito de la columna de nube y de fuego era “que caminaran en todo momento”. Que avanzaran a pesar de todo. En algún momento del camino tendrían miedo, incertidumbre y necesidades. Pero Dios quería que supieran que estaba con ellos, les dice, como nos dice a nosotros: “No te desampararé, ni te dejaré”. De manera que podemos decir confiadamente de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador; no temeré lo que me pueda hacer el hombre”.

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