Éxodo

Historia de un viaje de vuelta

  1. Embajadores de Dios

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Buenos días. Estamos acompañando a Moisés, Aarón y al pueblo de Israel en un viaje de vuelta a la Tierra Prometida, la tierra donde sus antepasados Abraham, Isaac y Jacob habitaron como extranjeros y peregrinos, pero que Dios había prometido dársela como heredad perpetúa a sus descendientes. Sin embargo, antes de eso, el Señor tenía que liberarlos de la esclavitud que padecían en Egipto.

Para este trabajo, Dios había salvado de la muerte a Moisés, y lo había preparado, primero, poniéndolo durante cuarenta años en el palacio y luego durante otros cuarenta años en el desierto. Ahora el Dios Todopoderoso se le había revelado por su nombre Jehová y aseguraba que sacaría de Egipto a Israel y los metería en la tierra que había jurado darles. Moisés, lógicamente, se mostraba temeroso y no muy convencido, pero obedeció, y fue.

El primer intento fue un fracaso. El pueblo se desanimó y Moisés dudó. Pero Dios le adelantó que lo que quería hacer no sería cosa de un día. Que iba a doblegar a Faraón y a su imperio, y que en el proceso, tanto los egipcios como los israelitas serían testigos directos de la poderosa gloria de Dios. Leamos Éxodo 6:29 a 7:7

Jehová habló a Moisés, diciendo: Yo soy JEHOVÁ; dí a Faraón rey de Egipto todas las cosas que yo te digo a ti. Y Moisés respondió delante de Jehová: He aquí, yo soy torpe de labios; ¿cómo, pues, me ha de oír Faraón? Jehová dijo a Moisés: Mira, yo te he constituido dios para Faraón, y tu hermano Aarón será tu profeta. Tú dirás todas las cosas que yo te mande, y Aarón tu hermano hablará a Faraón, para que deje ir de su tierra a los hijos de Israel. Y yo endureceré el corazón de Faraón, y multiplicaré en la tierra de Egipto mis señales y mis maravillas. Y Faraón no os oirá; mas yo pondré mi mano sobre Egipto, y sacaré a mis ejércitos, mi pueblo, los hijos de Israel, de la tierra de Egipto, con grandes juicios. Y sabrán los egipcios que yo soy Jehová, cuando extienda mi mano sobre Egipto, y saque a los hijos de Israel de en medio de ellos. E hizo Moisés y Aarón como Jehová les mandó; así lo hicieron. Era Moisés de edad de ochenta años, y Aarón de edad de ochenta y tres, cuando hablaron a Faraón.

Una vez más, Moisés pone en tela de juicio el criterio de selección de personal del Señor. Desde su perspectiva el fallo se debía a que él era “torpe de labios”… ¿cómo convencería a Faraón siendo un tipo tan poco elocuente? Como este punto ya había sido tratado antes, el Señor ni siquiera le contesta sobre esto. Simplemente le dice lo que él va a hacer con ellos: Moisés sería como dios ante Faraón y Aarón sería su profeta.

El uso de la palabra “dios” para referirse a humanos es raro, pero se encuentra en otras partes del Antiguo Testamento, como por ejemplo, en el salmo 82, que Jesús cita en Juan 10:34. Dice el Salmo 82:6 “Yo dije: Vosotros sois dioses, y todos vosotros hijos del Altísimo”. De acuerdo con el contexto, entendemos que no se usa el término en la misma forma en que se usa para designar al Único Dios Verdadero, sino para hacer referencia a personas que ostentan posiciones de gobierno, y que por lo tanto, como explica Romanos 13, reciben su autoridad de Dios mismo.

En definitiva, son llamados dioses porque representan a Dios. Cuando el Señor le dice a Moisés: “yo te he constituido dios para Faraón” le está diciendo que él sería su representante ante el rey. Sus palabras y acciones no serían las suyas propias, sino lo que Dios le encomendaría decir y hacer. No significa que somos “pequeños dioses”, ni siquiera “semejantes a Dios”, en la forma en que la serpiente le vendió a Eva en el Edén, que fue la primera “fake news” de la que registra la historia.

Hay una distancia infinita entre Dios y sus criaturas. Lo que sí somos aquellos que por la fe hemos creído en Jesucristo, es “hijos de Dios”, somos “miembros de su familia y de su casa” y “participantes de su naturaleza divina”. Que no es poco.

Pero también somos representantes de Dios ante el mundo, de la misma manera en que Moisés era representante de Dios ante faraón. Pablo lo dice de en 2 Corintios 5:20: “somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios”.

El mensaje de Dios para el mundo es simple: “reconciliaos conmigo”. Lo trasmitimos como un ruego, no porque el evangelio sea una súplica lastimosa, sino porque queremos evitar a quienes escuchan el mensaje las terribles consecuencias de rechazarlo y permanecer enemistados con Dios. En el evangelio “Dios manda a todos los hombres en todo lugar que se arrepientan, por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos”.

Ese varón es Jesús, el hijo de Dios. Por eso dice Juan 3:36 “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él”.

Nuestra preocupación no tiene que ser la elocuencia de nuestras palabras, no tiene que ser si a la gente les gusta o les disgusta lo que tenemos que decir. Ni siquiera si hacen caso. Nuestra preocupación tiene que ser decir lo que Dios dice que debemos decir. Como debía hacer Moisés: “Tú dirás todas las cosas que yo te mande”

Como embajadores de Dios, nuestra responsabilidad es trasmitir su mensaje con claridad y fidelidad, y dejar el resultado en sus manos. Nuestra responsabilidad es, también, ser mensajeros creíbles, personas que son dignas de ser escuchadas porque viven el mensaje que predican.

Por último, es interesante la nota sobre las edades con que termina el verso 7: “Era Moisés de edad de ochenta años, y Aarón de edad de ochenta y tres, cuando hablaron a Faraón”. Dios puede usar un hijo suyo a cualquier edad. El sistema del mundo en que vivimos te pasa a retiro a los 60 o 65. Pero Dios no tiene intenciones de jubilar a nadie. Tiene planes para cada uno según sus dones, capacidades, tiempo y movilidad. No importa la edad. Importa el corazón. Por tanto, mientras nos tenga en este mundo, estemos dispuestos a servirle, para la gloria de su nombre y la extensión de su reino.

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