Éxodo
Historia de un viaje de vuelta
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Cargados de más (Éxodo 16:6-15)
Buenos días hermanos. Seguimos en el capítulo 16 de Éxodo, que relata uno de los prodigios más impresionantes del la Biblia, no solo por su importancia para la supervivencia del pueblo de Dios en el desierto, sino también por su duración. Porque el milagro de aquella mañana se repitió diariamente por los próximos 40 años, sin faltar un solo día de los que el Señor había dicho que aparecería, hasta que entraron en la Tierra Prometida.
El devocional de esta mañana se iba a tratar de otra cosa, que veremos más adelante. Porque mientras volvía a leer el pasaje que quería considerar con ustedes, me llamó la atención una palabra que se repite varias veces. A ver si ustedes también lo notan: leemos 16:6-15
Entonces dijeron Moisés y Aarón a todos los hijos de Israel: En la tarde sabréis que Jehová os ha sacado de la tierra de Egipto, y a la mañana veréis la gloria de Jehová; porque él ha oído vuestras murmuraciones contra Jehová; porque nosotros, ¿qué somos, para que vosotros murmuréis contra nosotros? Dijo también Moisés: Jehová os dará en la tarde carne para comer, y en la mañana pan hasta saciaros; porque Jehová ha oído vuestras murmuraciones con que habéis murmurado contra él; porque nosotros, ¿qué somos? Vuestras murmuraciones no son contra nosotros, sino contra Jehová. Y dijo Moisés a Aarón: Di a toda la congregación de los hijos de Israel: Acercaos a la presencia de Jehová, porque él ha oído vuestras murmuraciones. Y hablando Aarón a toda la congregación de los hijos de Israel, miraron hacia el desierto, y he aquí la gloria de Jehová apareció en la nube. Y Jehová habló a Moisés, diciendo: Yo he oído las murmuraciones de los hijos de Israel; háblales, diciendo: Al caer la tarde comeréis carne, y por la mañana os saciaréis de pan, y sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios. Y venida la tarde, subieron codornices que cubrieron el campamento; y por la mañana descendió rocío en derredor del campamento. Y cuando el rocío cesó de descender, he aquí sobre la faz del desierto una cosa menuda, redonda, menuda como una escarcha sobre la tierra. Y viéndolo los hijos de Israel, se dijeron unos a otros: ¿Qué es esto? porque no sabían qué era. Entonces Moisés les dijo: Es el pan que Jehová os da para comer.
Como recordarán, el pasaje comienza con un pueblo desconfiado y quejoso, esta vez, por falta de alimentos. Ya antes se habían quejado por falta de agua, y el Señor primero endulzó las aguas amargas de Mara y después los llevó a las fuentes refrescantes de Elim. Pero ellos seguían sin ver a Dios como su Guía y Protector. Cada vez que algo no sale como ellos creen que debía salir, murmuran. Esta es la palabra que se repite 7 veces en 10 versículos.
Murmurar es una palabra onomatopéyica, viene del sonido que produce hablar entre dientes, por lo bajo, casi en secreto, para expresar queja o disgusto, generalmente criticando el accionar de un ausente. La murmuración, junto con la calumnia, el chisme y la mentira son pecados graves delante de Dios. Lamentablemente para muchos de nosotros, en la práctica, los pecados de la lengua están en la categoría de “pecados tolerables”. Sí, porque no nos atreveríamos a decir que no son pecado, pero tampoco reaccionamos contra ellos con el mismo rechazo que contra el robo, la borrachera o la inmoralidad sexual.
En realidad, la palabra de Dios los condena con la misma dureza que al resto de pecados, y advierte fuertemente contra su poder destructivo. Basta recordar lo que decía Santiago: “la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno”. Santiago 3:6
En este caso, el blanco de las murmuraciones era el liderazgo, aunque indirectamente, como bien hacen notar Moisés y Aarón, la crítica era contra Dios mismo. Otra vez estaban dudando de su amor y cuidado. Por eso, es interesante observar dos cosas que Dios hace frente a la murmuración del pueblo en su contra.
En primer lugar: Dios oye. En los versículos 7, 9 y 12 se repite que Dios había oído al pueblo.
Esta afirmación tiene dos facetas distintas. El aliento de saber que, cuando clamamos, el Señor escucha nuestra voz. Como dice 1 Juan 5:14: “esta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye.” No estamos hablando al aire… los oídos del Señor están atentos a nuestras oraciones.
Pero también implica una advertencia, porque Dios oye nuestras palabras ociosas. El mismo Jesús dijo: “Mas yo os digo que de toda palabra ociosa que hablen los hombres, de ella darán cuenta en el día del juicio.” (Mateo 12:36) Cuidado con las palabras ociosas, porque en el mejor de los casos son vanas o inútiles, y en el peor maliciosas y dañinas.
En segundo lugar y pese a la murmuración del pueblo, Dios provee. En los versículos 8, 12 y 15 Moisés dice al pueblo que Dios iba a darles carne y pan en abundancia. Esa misma tarde les trae codornices, y a la mañana siguiente hace llover pan. A pesar de su rebeldía e ingratitud, Dios en su infinita gracia, les provee lo necesario. El domingo pasado en la escuela dominical consideramos la primera vez que esta expresión aparece en la Biblia, en Génesis 22. Abraham caminaba en silencio hacia el monte Moría, donde el Señor le había pedido sacrificar al hijo de la promesa. Ante la inquietud de Isaac sobre el cordero para el sacrificio, el patriarca responde: “Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío”. Al final de la historia, “llamó Abraham el nombre de aquel lugar, Jehová proveerá”. Pablo pregunta, siglos más tarde… El que no escatimó ni a su propio hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿Cómo no nos dará juntamente con él, todas las cosas?
Durante el éxodo no será la última vez que nos topemos con la murmuración. Una práctica difícil de dejar atrás. La pregunta es, si en nuestra peregrinación hacia la Patria Celestial cargamos nosotros también con el peso innecesario de las palabras ociosas y destructivas.
La famosa chamarrita de Alfredo Zitarrosa, “pal que se va” decía: “No eches en la maleta lo que no vayas a usar, son más largos los caminos pa’l que va carga’o de más”.
No carguemos con este peso innecesario de la murmuración, la calumnia, el rencor, el chisme, las palabras ásperas e hirientes… Es malo para nosotros, es dañino para la congregación. Por eso: “despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe” (hebreos 12)