Éxodo
Historia de un viaje de vuelta
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Maná (Éxodo 16:)
En su camino hacia la Tierra Prometida, el pueblo de Dios ya había enfrentado tres de los grandes peligros que encierra la geografía del desierto: las temperaturas extremas, la escasez de agua y la falta de comida. Pero en cada caso, Dios lo había resuelto, demostrando tanto su tremendo poder como su ilimitado amor por ellos. Es más, no fueron soluciones fugaces, para salir del paso, sino que cada día podían verificar que Dios estaba con ellos. Bastaba con elevar los ojos al cielo y ver la columna de nube que los protegía del sol abrasador, y que por la noche se encendía en fuego, para templar las frías noches del desierto. Lo podían disfrutar cada vez que se servían un vaso de agua, o se sentaban a la mesa. Ese pan extraño y milagroso era prueba fehaciente de la fidelidad de Dios.
Éxodo 16 nos deja otra lección importante: nuestra responsabilidad en la búsqueda cotidiana del Señor. La provisión divina, el maná, descendía cada mañana a la espera de ser recogida por el pueblo. Un pueblo que no siempre estaba dispuesto a aprovecharlo. Leamos 16:14-31
Y cuando el rocío cesó de descender, he aquí sobre la faz del desierto una cosa menuda, redonda, menuda como una escarcha sobre la tierra. Y viéndolo los hijos de Israel, se dijeron unos a otros: ¿Qué es esto? porque no sabían qué era. Entonces Moisés les dijo: Es el pan que Jehová os da para comer. Esto es lo que Jehová ha mandado: Recoged de él cada uno según lo que pudiere comer; un gomer por cabeza, conforme al número de vuestras personas, tomaréis cada uno para los que están en su tienda. Y los hijos de Israel lo hicieron así; y recogieron unos más, otros menos; y lo medían por gomer, y no sobró al que había recogido mucho, ni faltó al que había recogido poco; cada uno recogió conforme a lo que había de comer. Y les dijo Moisés: Ninguno deje nada de ello para mañana. Mas ellos no obedecieron a Moisés, sino que algunos dejaron de ello para otro día, y crió gusanos, y hedió; y se enojó contra ellos Moisés. Y lo recogían cada mañana, cada uno según lo que había de comer; y luego que el sol calentaba, se derretía. En el sexto día recogieron doble porción de comida, dos gomeres para cada uno; y todos los príncipes de la congregación vinieron y se lo hicieron saber a Moisés. Y él les dijo: Esto es lo que ha dicho Jehová: Mañana es el santo día de reposo, el reposo consagrado a Jehová; lo que habéis de cocer, cocedlo hoy, y lo que habéis de cocinar, cocinadlo; y todo lo que os sobrare, guardadlo para mañana. Y ellos lo guardaron hasta la mañana, según lo que Moisés había mandado, y no se agusanó, ni hedió. Y dijo Moisés: Comedlo hoy, porque hoy es día de reposo para Jehová; hoy no hallaréis en el campo. Seis días lo recogeréis; mas el séptimo día es día de reposo; en él no se hallará. Y aconteció que algunos del pueblo salieron en el séptimo día a recoger, y no hallaron. Y Jehová dijo a Moisés: ¿Hasta cuándo no querréis guardar mis mandamientos y mis leyes? Mirad que Jehová os dio el día de reposo, y por eso en el sexto día os da pan para dos días. Estése, pues, cada uno en su lugar, y nadie salga de él en el séptimo día. Así el pueblo reposó el séptimo día. Y la casa de Israel lo llamó Maná; y era como semilla de culantro, blanco, y su sabor como de hojuelas con miel.
El pueblo llamó “maná” al pan que Dios les daba para comer. Es una expresión que significa ¿Qué es esto?, porque evidentemente resultaba extraño aquella especie de escarcha blanca que cubría los alrededores del campamento. Algunos dicen que se trataba de un fruto resinoso que produce el taray, un arbusto tamarisco, durante los meses de junio y julio. El producto cae sobre el suelo principalmente de noche y con el calor del sol se derrite. Sin embargo, eso no explica su abundancia, ni su particular cadencia. Porque el maná divino caía todas las mañanas, a excepción del sábado, que era el día establecido como día de reposo o descanso.
Este detalle produjo varios problemas, porque como nosotros, los israelitas les costaba confiar en Dios, e intentaron adelantarse a la jugada, aplicando sabiduría humana. Primero, en vez de recoger una porción diaria como Dios había ordenado, procuraron almacenarla, con nefastos resultados, porque en una noche se echaba a perder y producía un olor espantoso. Después, el viernes, que sí debían juntar para dos días, juntaron para uno. Claro, si del lunes para el martes se pudrió, ¿Por qué sería diferente del viernes para el sábado? Porque el Señor lo había dicho. Finalmente, después de estas experiencias fallidas, el pueblo aprendió que tenía que confiar en Dios y obedecer su palabra.
El maná estaría allí, como el Señor lo había prometido. Pero ellos tenían que salir a buscarlo. Dice el verso 21 “Y lo recogían cada mañana, cada uno según lo que había de comer; y luego que el sol calentaba, se derretía”.
Es una magnífica metáfora de la Biblia. Reúne tres características que nos hacen pensar en nuestra búsqueda cotidiana de Dios a través de la lectura de su Palabra. Era alimento. Era cotidiano. Era perecedero.
La Biblia es nuestro alimento espiritual. Jesús mismo dijo “no solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Si queremos ser creyentes firmes y fuertes, debemos alimentarnos correctamente. Necesitamos una dieta saludable de las Escrituras. Un alimento adecuado en cantidad y calidad a nuestra necesidad. No todos recogían la misma cantidad de maná, sino cada uno conforme a su comer. Unos más otros menos. La Biblia permite esto. Dice Pablo en 1 Co 3 que la palabra es la “leche espiritual” de los fundamentos básicos para los recién nacidos en la fe y es también el “aliento sólido” de las enseñanzas profundas para los que han alcanzado madurez. Cada uno debe buscar en ella lo que necesita. Lo que tenemos que tener en común el deseo por leerla: “desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación” 1 Pedro 2:2.
La Biblia es nuestro alimento cotidiano. Esto de recoger el maná cada día reforzaba en el pueblo de Dios la idea de confiar en Dios. Pero nos hace pensar también en que la necesidad de conectarnos con el Señor no puede suplirse con la asistencia a los cultos. La comunión es vital. La enseñanza desde el púlpito es imprescindible. Pero ninguna de estas sustituye la búsqueda personal del Dios. No estamos hablando de una práctica religiosa o costumbrista, de leer por leer, para acallar la conciencia, sino de un tiempo para encontrarnos con nuestro Salvador, y escuchar su voz.
La Biblia es un alimento perecedero. Digo esto con cuidado para que no se malinterprete. La Palabra de Dios es eterna. El cielo y la tierra pasarán antes que una sola de sus letras deje de cumplirse. Sus principios y valores son inmutables. Sin embargo, si no es leída, asimilada y practicada, no puede afectar nuestra vida. El maná que no se recogía de derretía. Cerrada, la Biblia un libro más. Pero abierta tiene poder para salvar transformar vidas.
El mundo está lleno de ofertas aparentemente mejores, más atractivas y divertidas. Pero que no aprovechan al alma. Por eso, el llamado de Dios es el de siempre: Vengan, escuchen, vivan.
¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura. Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma. Isaías 55:2-3