Éxodo

Historia de un viaje de vuelta

  1. Jehová nissi (Éxodo 17:8-16)
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Estamos basando estas reflexiones devocionales en el libro del éxodo, porque el viaje de Israel desde Egipto a Canaán es una buena metáfora de nuestra propia peregrinación hacia la Patria Celestial. Así como el pueblo de Dios enfrentó diferentes dificultades camino a la Tierra Prometida, y tuvo que aprender a confiar en Dios para superarlas, nosotros también caminamos por este mundo enfrentando conflictos similares, y dependiendo del mismo Dios.

En los últimos devocionales hemos visto como Israel enfrentó la escasez de agua y comida, y en ambas situaciones, el Señor proveyó abundantemente, demostrando, una vez más, su compromiso con el pacto hacho a Abraham. A pesar de la queja constante, la murmuración y la desconfianza del pueblo, Dios no los dejó tirados. Mantuvo su mano cuidadosa sobre ellos. Esta vez, los salvará de una amenaza militar. Éxodo 17:8-16

Entonces vino Amalec y peleó contra Israel en Refidim. Y dijo Moisés a Josué: Escógenos varones, y sal a pelear contra Amalec; mañana yo estaré sobre la cumbre del collado, y la vara de Dios en mi mano. E hizo Josué como le dijo Moisés, peleando contra Amalec; y Moisés y Aarón y Hur subieron a la cumbre del collado. Y sucedía que cuando alzaba Moisés su mano, Israel prevalecía; mas cuando él bajaba su mano, prevalecía Amalec. Y las manos de Moisés se cansaban; por lo que tomaron una piedra, y la pusieron debajo de él, y se sentó sobre ella; y Aarón y Hur sostenían sus manos, el uno de un lado y el otro de otro; así hubo en sus manos firmeza hasta que se puso el sol. Y Josué deshizo a Amalec y a su pueblo a filo de espada. Y Jehová dijo a Moisés: Escribe esto para memoria en un libro, y di a Josué que raeré del todo la memoria de Amalec de debajo del cielo. Y Moisés edificó un altar, y llamó su nombre Jehová-nisi; y dijo: Por cuanto la mano de Amalec se levantó contra el trono de Jehová, Jehová tendrá guerra con Amalec de generación en generación.

Los amalecitas eran descendientes de Amalec, nieto de Esaú. Era una violenta tribu nómade, que ocupaba la zona norte de la península del Sinaí, incluyendo el Neguev y el sur de Canaán. Desde esa estratégica posición controlaban las lucrativas rutas comerciales entre Arabia y Egipto. La llegada de Israel no era una buena noticia, no solo por el riesgo que implicaba que una nación tan numerosa usurpara su territorio, sino también era un problema el uso de los recursos naturales, que los amalecitas no estaban dispuestos a compartir.

El conflicto era inminente. Pese a que para un pueblo de esclavos sin experiencia en combate, enfrentar un ejército de guerreros experimentados era un tremendo desafío, Moisés pidió a Josué para seleccionara una tropa y se prepararse para luchar.

La batalla se libró en dos frentes. En el valle, Israel enfrentaba a los feroces amalecitas. En el monte, Moisés, Aarón y Hur invocaban a Dios a favor de ellos. En el valle, Josué empuña su espada. En el monte, Moisés levanta su vara al cielo. Dos frentes. Dos responsabilidades diferentes. El mismo compromiso, la victoria del pueblo de Dios. Porque cuando Moisés alzaba su mano, Israel prevalecía. Cuando la bajaba, prevalecía Amalec. Entonces, Aarón y Hur, hicieron que Moisés se sentara sobre una piedra y mantuvieron en alto sus manos hasta que el pueblo de Dios logró derrotar completamente a su enemigo.

Este relato nos deja cosas importantes, como la permanente presencia del Señor protegiendo a su pueblo de los enemigos, la aparición de Josué, que más adelante jugará un papel importante como sucesor de Moisés. O el comienzo de la rivalidad entre Israel y Amalec, una enemistad que se prolongaría por siglos, y que de alguna manera ilustra la lucha del creyente con su naturaleza pecaminosa.

Pero me gustaría enfocar esta reflexión en la efectividad de los siervos de Dios trabajando juntos, cada uno en su puesto. El triunfo en aquel día no fue gracias a la valentía de Josué y sus hombres, que se batieron a espada hasta deshacer a los amalecitas, porque en lo alto de la montaña, Moisés está clamando a Dios por una victoria para Israel.

Tampoco fue gracias a Moisés, porque cuando sus manos se cansaban, Israel retrocedía. Pero allí había otros dos que sostuvieron sus manos en alto, porque nadie puede luchar solo. No importa si es el valiente Josué o el gran Moisés. Nadie puede luchar solo.

La clave de la victoria no estuvo en ninguno de ellos individualmente, sino en todos trabajando juntos, en dependencia del Señor. Sin duda fue un milagro divino, pero como se observa muchas veces en las Escrituras, para que Dios haga lo imposible, sus hijos deben estar dispuestos a hacer lo posible.

Cada uno lo hará según sus capacidades y posibilidades. Lo que no podemos hacer es mantenernos al margen. Todos podemos ser como Aarón y Hur, sosteniendo en oración las manos de aquellos que nos enseñan la palabra del Señor, nos conducen con su ejemplo de fidelidad y nos amonestan con amor.

Al concluir la batalla, Moisés edificó un altar y lo llamó “Jehová nissi”, que significa “El Señor es mi estandarte”. Ya en aquellos tiempos era ver estandartes o banderas y servían, entre otras cosas, para identificación, como punto de encuentro para el ejército o dar instrucciones. Pero el estandarte es también un símbolo de esperanza y victoria, una figura de Cristo y un mensaje de aliento para los que tenemos que enfrentar luchas en este mundo:

Nosotros nos alegraremos en tu salvación,
Y alzaremos estandarte en el nombre de nuestro Dios;
Conceda Jehová todas tus peticiones.

Ahora conozco que Jehová salva a su ungido;
Lo oirá desde sus santos cielos
Con la potencia salvadora de su diestra.

 Estos confían en carros, y aquéllos en caballos;
Mas nosotros del nombre de Jehová nuestro Dios tendremos memoria.

 Salmo 20:5-7

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