La fe de Habacuc
Parte 9: Gozo
Buenos días. A lo largo este breve libro de Habacuc hemos conocido a un hombre que lucha por entender un mundo en el que no parece que todas las cosas le sean sujetas a Dios; esto es, que las cosas no suceden como él supone que deberían suceder. Un mundo donde reina la injusticia, donde los malos prosperan, donde los piadosos sufren; un mundo donde Dios parece ausente. Sin embargo, en su conversación íntima con el Señor, el profeta aprende que esa primera evaluación de la situación es superficial. No es toda la verdad. Aprende a mirar con los ojos de la fe.
La fe permite ver a Dios obrando detrás del telón de las circunstancias. Asaf, supervisor de los músicos de David y compositor de varios salmos, sentía la misma confusión que Habacuc al contemplar el aparente triunfo de los impíos y lo poco ventajosa que había resultado su propia devoción a Dios. Él decía:
He aquí estos impíos,
Sin ser turbados del mundo, alcanzaron riquezas.
Verdaderamente en vano he limpiado mi corazón,
Y lavado mis manos en inocencia;
Pues he sido azotado todo el día,
Y castigado todas las mañanas (Salmo 73:12-14).
A pesar de su desilusión, Asaf se mantuvo cerca de Dios. Más bien, Dios lo sostuvo hasta que pudo ver las cosas desde otra perspectiva: «Hasta que, entrando en el santuario de Dios, comprendí el fin de ellos» (v. 17). Entonces pudo sentir paz y gozo de estar donde estaba y hacer lo que hacía. Su situación no había cambiado, pero a su evaluación terrenal de las circunstancias le había agregado el factor eternidad. Por eso puede decir: «Mi carne y mi corazón desfallecen; mas la roca de mi corazón y mi porción es Dios para siempre» (v. 26).
Hay un cambio radical en la mente del creyente cuando logra ver las cosas desde la óptica de Dios. En ese punto la experiencia de vivir por fe deja de ser una senda tortuosa, llena de dudas y decepciones. Tampoco será ese carnaval continuo del que cantaba Celia Cruz. Habrá momentos de dolor y aflicción, y habrá otros de alegría y risas. Pero la clave de la fe perseverante es que siempre, aun en los tiempos difíciles, el gozo del Señor estará presente. Por eso, Habacuc cierra su libro con estas alentadoras palabras:
Con todo, yo me alegraré en Jehová,
Y me gozaré en el Dios de mi salvación.
Jehová el Señor es mi fortaleza,
El cual hace mis pies como de ciervas,
Y en mis alturas me hace andar (Habacuc 3:18-19).
No quería pasar por alto esta frase final de la oración porque enseña que el propósito de la fe no es subsistir. No es para que andemos por la vida con el agua al cuello, apenas por encima de la angustia y la desesperanza, es para que disfrutemos del gozo del Señor, para que experimentemos esa vida abundante que Jesús ofrecía a sus seguidores. Asaf y Habacuc no hablan de supervivencia espiritual, sino de gozo y plena satisfacción en el Señor. No describen su fe como un salvavidas que penosamente los mantiene a flote, sino como una roca firme sobre la que pueden resistir cualquier embate de un mar embravecido. Su fortaleza no está en las cosas materiales, sino en Dios. Cuando confiaban en él, sentían que podían estar firmes a pesar las dificultades, sentían que sus pies eran como los de las ciervas. Las ciervas montesas se destacaban por su habilidad para moverse con firmeza y agilidad por las escarpadas laderas de las montañas de Judea. Ellas caminan con absoluta seguridad en entre riscos y acantilados, y saltan confiadamente sobre las rocas afiladas. Así las creó el Señor. En sus alturas están seguras.
La fe no nos exime de atravesar algunos valles de lágrimas. La tristeza y la incertidumbre son reacciones lícitas y lógicas en medio de la prueba y la adversidad. El propio Jesús dijo en el Getsemaní: «mi alma está muy triste hasta la muerte» (Mateo 26:38). Profundamente conmovido, lloró frente a la tumba de su amigo Lázaro (Juan 11:35). Y el apóstol Pablo se entristeció mucho a causa de la grave enfermedad de su hermano Epafrodito (Filipenses 2:27-28).
Dios no pretende anular las respuestas naturales al dolor, la pérdida y la frustración, pero sí pretende que seamos capaces, por medio de la fe, de dejarnos sostener por su mano para que, «con todo», podamos gozarnos en Él.
Que, aunque el trabajo se complique, aunque la plata no alcance, aunque la salud fluctúe, aunque haya problemas en casa, aunque los hijos nos traigan algún disgusto, aunque en el matrimonio surjan conflictos, aunque en la iglesia haya problemas, con todo, nos gocemos en el Dios de nuestra salvación.
Puede que suene descabellado, pero no lo es, porque el gozo del que habla la Biblia no es un estado anímico, sino una condición espiritual. Dice Gálatas 5:22 que es parte del fruto que produce el Espíritu Santo en el creyente, por lo tanto, no depende ni del gobierno de turno, ni de los resultados futbolísticos, ni de la situación económica ni del estado de nuestra salud, sino del grado de confianza en Dios que hayamos alcanzado. Como aprendió Pablo:
Y [el Señor] me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte (2.a Corintios 12:9-10).
Este gozo es el resultado de una confianza incondicional en el Señor. Es el resultado de un proceso como el que Habacuc había transitado. Comienza con un corazón abierto ante Dios, que expresa sus dudas y temores, pero que es sensible a su voz y obediente a su Palabra. Aunque quizás seguía sin entenderlo todo, confiaba en que tenía un Dios grande y en que podía descansar en su sabiduría y soberanía.
Habacuc nos recuerda que, aun en medio de la peor adversidad, la fe nos permite disfrutar de gozo y de paz, porque Cristo, nuestra esperanza de gloria, está en el trono. Termino con las palabras del himno 227:
Un ancla tenemos, que el túmido mar,
por mucho que ruja, no puede quebrar:
la dulce esperanza que infunde Jesús,
legada en su muerte de angustia en la cruz.Allende los cielos, el trono de Dios,
que rige supremo en el reino de amor.
Este ancla fijemos, que firme estará,
pues Dios, nuestro Padre, no nos faltará.Y cuanto más ruja la cruel tempestad,
más firme tomemos el cable de fe;
que furia de vientos, ni embates del mar,
no pueden del puerto la entrada vedar.