La fe de Habacuc
Parte 7: Memoria
Buenos días. Habacuc nos ha estado enseñando algunas claves de la fe perseverante en medio de la dificultad. En su contexto histórico, enfrentaba una grave crisis espiritual y la inminente invasión de Babilonia, que terminaría por destruir Jerusalén y deportar a sus habitantes lejos de la Tierra Prometida. Nada de esto entra en el esquema mental del profeta, por eso Habacuc habla con Dios en una charla íntima en la que expresa con sinceridad lo que hay en su corazón, y Dios responde, revelando sus propósitos soberanos y trayendo paz a su corazón.
De este dialogo aprendimos que para tener una fe perseverante hay que:
1. Conocer al que está en el trono.
2. Despojarse de las expectativas humanas para aceptar sin reservas la voluntad de Dios.
3. Esperar con paciencia vigilante el cumplimiento de sus promesas.
4. Cultivar una humilde dependencia de Dios, confiando en que el justo vivirá por su fe.
5. Guardar silencio para ver la salvación del Señor.
6. Tener ese temor reverente a Dios que oriente nuestra vida a la piedad.
La oración del capítulo 3 comienza con un Habacuc que ha entendido y aceptado tanto el veredicto del Señor como el instrumento que lo llevará adelante. Por eso, pide a Dios que avive su obra en medio de los tiempos, que vuelva a hacer lo mismo que hizo en el antiguo y que, aun en medio de su ira, les extienda su misericordia. Ahora todo lo que le queda la esperanza en que Dios cumplirá su pacto y, finalmente, salvará a su pueblo.
La base de su esperanza es lo que Dios había hecho en el pasado, por eso muchas de las referencias geográficas y de las figuras que describen la grandeza y autoridad de Dios recuerdan la gloriosa liberación de Israel de la esclavitud en Egipto. Describen un Dios temible y terrible, que aterroriza a los enemigos y los destruye con su glorioso poder, actuando para rescatar a su pueblo amado. Habacuc sabe que ocurrirá lo mismo: Dios vendrá y Dios vencerá. Estas dos ideas están delineadas en la sección central de la oración. En los versículos 3 al 7, Habacuc describe cómo Dios vendrá con poder y gloria, y en los versículos 8 al 15 afirma que Dios vencerá a sus enemigos y traerá libración a su pueblo.
Dios vendrá de Temán,
Y el Santo desde el monte de Parán.
Su gloria cubrió los cielos,
Y la tierra se llenó de su alabanza.Y el resplandor fue como la luz;
Rayos brillantes salían de su mano,
Y allí estaba escondido su poder.Delante de su rostro iba mortandad,
Y a sus pies salían carbones encendidos.Se levantó, y midió la tierra;
Miró, e hizo temblar las gentes;
Los montes antiguos fueron desmenuzados,
Los collados antiguos se humillaron.
Sus caminos son eternos.He visto las tiendas de Cusán en aflicción;
Las tiendas de la tierra de Madián temblaron (Habacuc 3:3-7).
La invasión caldea es inevitable. El dolor, muerte y destrucción que estos eventos provocarán en el pueblo rebelde son inevitables. Pero Habacuc conoce a Dios y confía en que, aun en su ira, tendrá misericordia. Dios ha dicho que, a su tiempo, la poderosa Babilonia será derrotada. En ese momento, parecía impensable, porque los ejércitos caldeos venían arrasando con todo a su paso. Pero Habacuc no piensa en las posibilidades humanas de que esto ocurra, sino en lo que Dios hizo en el pasado. Egipto también era invencible, pero Dios los liberó con poder y bazo extendido.
En estos versículos, Habacuc está pensando en la manifestación de Dios en el Sinaí, cuando entregó la Ley a Moisés sobre la cima de aquel monte. No se menciona explícitamente, pero hay muchas referencias que apuntan en esa dirección. Temán y Parán están en la región del Sinaí, al igual que Madián y Cusán, mencionados en el verso 7. La gloria de Dios cubriendo el cielo, los rayos y relámpagos, con sus respectivos truenos, se registran en Éxodo 19:16-18:
Aconteció que, al tercer día, cuando vino la mañana, vinieron truenos y relámpagos, y espesa nube sobre el monte, y sonido de bocina muy fuerte; y se estremeció todo el pueblo que estaba en el campamento. Y Moisés sacó del campamento al pueblo para recibir a Dios; y se detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba, porque Jehová había descendido sobre él en fuego; y el humo subía como el humo de un horno, y todo el monte se estremecía en gran manera.
Además del Sinaí, Habacuc también está pensando en Egipto. La mortandad y los carbones encendidos seguramente son referencias a las plagas que azotaron Egipto. La idea central es recordar que el Dios que vendrá a socorrer a Judá es el mismo Dios que los libró de Egipto, que les dio la Ley y el pacto en el monte Sinaí. Como dice un comentario: «Su gloria trasciende la creación. Aun las montañas, símbolos de permanencia, no pueden compararse con los caminos eternos de Jehová. Su carácter nunca cambia: así como mostró su poder a favor de su pueblo varias veces en el pasado, lo hará de nuevo».
Los versículos 8 al 15 describen la victoria de Dios. Nuevamente, hay referencias a la salida de Israel de Egipto y a las batallas que libró posteriormente en su camino a la Tierra Prometida. En todas ellas, Dios estuvo junto a su lado para vencer a sus enemigos, aunque eran más poderosos que ellos. Ahora Judá deberá padecer nuevamente opresión bajo el Imperio babilónico, pero Dios vendrá «para socorrer a su pueblo, para socorrer a su ungido» (Habacuc 3:13). Ungido es la palabra hebrea para «Mesías», que aquí representa al rey que vendría del linaje de David, es decir, a Jesús. La idea es la misma: así como en el pasado Dios trajo victorias milagrosas, traerá nuevamente victoria para su pueblo escogido.
La séptima lección para una fe perseverante es tener una buena memoria, porque la fe es impulsada y sostenida por el conocimiento de lo que Dios ya ha hecho. Esas obras del pasado dan la pauta de lo que es capaz de hacer. En los evangelios, Jesús reprende a sus discípulos por su poca fe y la atribuye a su falta de memoria. Jesús les hablaba de la levadura de los fariseos y ellos pensaban que les estaba tirando una indirecta por no haber llevado pan. Jesús les dijo: «¿Por qué pensáis dentro de vosotros, hombres de poca fe, que no tenéis pan? ¿No entendéis aún, ni os acordáis de los cinco panes entre cinco mil hombres, y cuántas cestas recogisteis?» (Mateo 16:8-10).
Tenemos que conocer los hechos; lo que Dios ha hecho en tiempos bíblicos, lo que Dios ha hecho en la historia de la iglesia, pero especialmente lo que Dios ha hecho en nuestras vidas: de dónde nos sacó, de las cosas que nos libró. Porque las cosas que hizo en el pasado las puede volver a hacer: «El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?» (Romanos 8:32).
Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro (Romanos 8:38-39).
Por esto, como decía David en el Salmo 103:2: «Bendice, alma mía, a Jehová, y no olvides ninguno de sus beneficios».