La fe de Habacuc

Parte 6: Temor de Dios

Buenos días. Llegamos al capítulo 3 de Habacuc. Hemos estado usando este libro para aprender de la fe del profeta. Como mencionamos anteriormente, Habacuc es un libro diferente porque no contiene un mensaje para el pueblo, sino una charla entre el profeta y Dios. Habacuc comienza reprochando a Dios su pasividad ante la injusticia porque no ve que el Señor esté haciendo lo que hay que hacer. Después cuestiona a Dios sus métodos, porque lo que Dios va a hacer no coincide con sus expectativas.

A cada comentario de Habacuc, el Dios soberano responde con paciencia, pero con firmeza, afirmando que Él está en el trono y que cumplirá su propósito y sus promesas. Castigará a Judá por su pecado, castigará a Babilonia por su crueldad y, finalmente, toda la tierra «será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar» (Habacuc 2:14). El capítulo 2 termina con una elocuente frase: «Mas Jehová está en su santo templo; calle delante de Él toda la tierra».

Para tener una fe perseverante hay que:

  1. Conocer al que está en el trono y recordar que su voluntad siempre es buena, agradable y perfecta.
  2. Despojarse de las expectativas humanas para aceptar sin reservas la voluntad de Dios.
  3. Esperar con paciencia vigilante el cumplimiento de las promesas de Dios.
  4. Cultivar una humilde dependencia de Dios, confiando en que el justo vivirá por su fe.
  5. Guardar silencio para ver la salvación del Señor.

Y eso es lo que hace. Habacuc se calla. Ya no sigue con quejas y cuestionamientos. Dios ha hablado. Probablemente sus respuestas no eran lo que el profeta hubiera querido oír, pero ha entendido que Dios sabe lo que hace. Por tanto, todo lo que sale de su boca es una oración de reconocimiento de la grandeza de Dios y de sumisión a su voluntad; una oración que algunos han llamado «el triunfo de la fe» porque es una fe que no depende de las circunstancias, porque, por encima de los negros nubarrones de la catástrofe que se avecina, asoma una confianza inquebrantable en el Dios de su salvación. Por ahora solo leamos Habacuc 3:1-2:

Oración del profeta Habacuc, sobre Sigionot.
Oh Jehová, he oído tu palabra, y temí.
Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos,
En medio de los tiempos hazla conocer;
En la ira acuérdate de la misericordia.

El versículo 1 es apenas la presentación: «Oración del profeta Habacuc». Es el mismo «profeta Habacuc» que arranca el libro diciendo: «¿Hasta cuándo, oh Jehová, clamaré, y no oirás; y daré voces a ti a causa de la violencia, y no salvarás?», pero no es el mismo profeta Habacuc. Sí, es el mismo hombre, pero su mente y su corazón han cambiado porque ha estado expuesto a la Palabra de Dios y ha sido sensible a su voz. El talante y el contenido de sus palabras son diferentes. En su oración comprenderemos este cambio de la duda a la confianza, del reproche a la reverencia y de la incertidumbre a la fe.

La expresión que sigue, «sobre Sigionot», es una anotación musical que probablemente indica la tonalidad o el ritmo sobre el que esta letra debía ser cantada. La última frase de la oración, así como el término «Selah» del verso 3, confirma que se trata de una oración para ser cantada. Pero lo más importante viene en el versículo 2.

«Oh Jehová, he oído tu palabra, y temí.» Habacuc reconoce que la Palabra de Dios ha tenido un profundo impacto en su vida. Las cosas que Dios acaba de revelarle le han llenado de profunda reverencia ante el Señor. Cuando la Biblia habla de «temer a Dios» no habla de tenerle miedo, sino reverencia y admiración. Hebreos 12:28-29 es una buena descripción: «Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia; porque nuestro Dios es fuego consumidor».

El temor de Dios es la actitud que nos impulsa a agradar y adorar a Dios. Por eso las Escrituras dicen que «el principio de la sabiduría es el temor de Jehová»; quiere decir que la verdadera sabiduría, que es la capacidad de vivir como Dios manda, comienza por entender quién es y cómo es Dios, su santidad, su gloria y su soberanía. Temer a Dios es adorarlo, obedecerle y someterse a su disciplina. Habacuc había entendido que el juicio sobre Judá era justo, que Dios tenía derecho de hacerlo como quisiera y que al final su justicia perfecta prevalecería. ¡Qué bendición cuando la Palabra produce este efecto en nuestra vida, cuando reaccionamos con reverencia a su voz y cambiamos nuestra manera de andar!

«Oh Jehová, aviva tu obra en medio de los tiempos, en medio de los tiempos, hazla conocer.» Habacuc hace tres peticiones al Señor. Las dos primeras están contenidas en esta frase. El profeta pide a Dios que haga lo que tenga que hacer, porque sabe que será bueno. Le pide que actúe según su propósito soberano, que vuelva a actuar a favor de su pueblo como lo hizo en el pasado, aunque, en este caso, ese obrar implicará una necesaria disciplina.

Necesitamos orar de esta manera. Pero debemos tener en cuenta que para avivar un fuego hay que atizar la leña, moverla un poco, soplarla para aumentar el calor. En otras palabras, Dios no puede avivar su obra sin sacudirnos de nuestra comodidad conformista. Algo de esto está pasando. No solo por la famosa pandemia, sino porque el mundo se está configurando para que se cumplan las cosas que están escritas. La oposición al evangelio se va a recrudecer. La necesidad de desagradar al sistema para agradar a Dios va a ser más evidente. El costo de seguir a Cristo va a ser más alto. No podemos hacerlo desde la comodidad de un banco en la iglesia. No podemos ser simples espectadores. Tenemos que servir al Señor en cada oportunidad que se presente, no hace falta ostentar un cargo en un ministerio, sino vivir a Cristo en la cotidiana, en actos tan sencillos como dar un vaso de agua a quien lo necesite.

Finalmente, el profeta pide a Dios: «En la ira acuérdate de la misericordia». La ira de Dios es la respuesta divina al pecado del hombre. Tiene que ver con justicia y juicio, pero la ira de Dios siempre está matizada por su misericordia porque Dios proporcionó un camino para ponerse a salvo, que es acogerse al sacrificio de Jesucristo realizado en la cruz del Calvario. Allí la ira de Dios se descargó sobre su propio hijo para que nosotros pudiéramos salvarnos. El propio Jesús lo dijo en Juan 3:36: «El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él».

En este día demos gracias a Dios porque «estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira» (Romanos 5:9). Pero que esto no nos lleve a escuchar con liviandad la palabra de Dios, sino que al oír su voz temamos y actuemos. La sexta lección para tener una fe perseverante es no perder el temor de Dios que orienta nuestra vida a la piedad. «Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios» (2.a Corintios 7:1).

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