La fe de Habacuc

Parte 5: Guardar silencio

Buenos días. Estas últimas semanas venimos mirando el libro de Habacuc para tratar de entender cómo pasó de ser un hombre lleno de dudas y cuestionamientos a tener una fe perseverante a pesar de las circunstancias. Repasando un poco, vimos que para tener una fe perseverante hay que conocer al que está en el trono, despojarse de las expectativas humanas, esperar con paciencia vigilante el cumplimiento de las promesas de Dios y cultivar una humilde dependencia de Dios, confiando en que el justo vivirá por su fe.

Habacuc estaba confundido y preocupado por las cosas que veía, pero el Señor le muestra que la vida del creyente no se basa en la percepción de los sentidos físicos, sino en la fe, «porque por fe andamos, no por vista». En contraste con el justo, estaba aquel «cuya alma no es recta». Dios pronuncia cinco «ayes» denunciando el pecado de Judá y Babilonia y anunciando cómo las acciones y actitudes de los orgullosos terminarán provocando su propia ruina.

En la Biblia, frecuentemente encontramos el uso de estas interjecciones como una forma de denunciar y lamentar la condición espiritual de una persona o grupo al que el ay se refiere. En cada uno de los ayes, vemos también la consecuencia que al final conlleva esa conducta pecaminosa, de manera que se cumple lo establecido en la ley de la siembra y la siega: «todo lo que el hombre sembrare, eso también segará».

El primer ay, en el verso 6 , es contra el robo: «¡Ay del que multiplicó lo que no era suyo! ¿Hasta cuándo había de acumular sobre sí prenda tras prenda?». Pero estas acciones serán vengadas, y los depredadores serán la presa.

¿No se levantarán de repente tus deudores, y se despertarán los que te harán temblar, y serás despojo para ellos? Por cuanto tú has despojado a muchas naciones, todos los otros pueblos te despojarán, a causa de la sangre de los hombres, y de los robos de la tierra, de las ciudades y de todos los que habitan en ellas (Habacuc 2:7-8).

El segundo ay, en el verso 9, es contra la codicia: «¡Ay del que codicia injusta ganancia para su casa, para poner en alto su nido, para escaparse del poder del mal!». La codicia y la avaricia son expresiones de un orgullo autosuficiente que cree que el dinero es la solución a todos los problemas y puede proteger de cualquier clase de mal. Sin embargo, Dios dice que aquello en lo que fundamentaban su confianza era un testimonio contra ellos de sus malas acciones: «Tomaste consejo vergonzoso para tu casa, asolaste muchos pueblos, y has pecado contra tu vida. Porque la piedra clamará desde el muro, y la tabla del enmaderado le responderá».

El tercer ay es contra la violencia. El verso 12 dice: «¡Ay del que edifica la ciudad con sangre, y del que funda una ciudad con iniquidad!». El fenomenal avance del Imperio babilónico se edificaba sobre el sufrimiento y la opresión de los pueblos conquistados. Sin embargo, todo lo que habían levantado sería consumido: «¿No es esto de Jehová de los ejércitos? Los pueblos, pues, trabajarán para el fuego, y las naciones se fatigarán en vano. Porque la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar». Esta última frase apunta al reino de paz y justicia que el Mesías establecerá en el milenio.

El cuatro ay es contra el despotismo. Dice el verso 15: «¡Ay del que da de beber a su prójimo! ¡Ay de ti, que le acercas tu hiel, y le embriagas para mirar su desnudez!». Se compara la humillación a la que los caldeos sometían a sus víctimas con una persona que embriaga a otra para abusar de ella. No solo robaban sus bienes, los «desnudaban», les quitaban su dignidad y autoestima. Pero, una vez más, Dios anuncia que esa siembra tendrá su propia cosecha:

Te has llenado de deshonra más que de honra; bebe tú también, y serás descubierto; el cáliz de la mano derecha de Jehová vendrá hasta ti, y vómito de afrenta sobre tu gloria. Porque la rapiña del Líbano caerá sobre ti, y la destrucción de las fieras te quebrantará, a causa de la sangre de los hombres, y del robo de la tierra, de las ciudades y de todos los que en ellas habitaban (Habacuc 2:16-17).

El quinto ay es contra la idolatría. Dicen los versículos 18 y 19 :

¿De qué sirve la escultura que esculpió el que la hizo? ¿La estatua de fundición que enseña mentira, para que haciendo imágenes mudas confíe el hacedor en su obra? Ay del que dice al palo: Despiértate; y a la piedra muda: ¡Levántate! ¿Podrá él enseñar? He aquí está cubierto de oro y plata, y no hay espíritu dentro de él.

La necedad del que confía en las cosas inanimadas creadas por él mismo para su salvación y protección quedará expuesta muy pronto, cuando llegue el tiempo de su propio juicio.

El conjunto de ayes es una descripción bastante certera de la humanidad sin Dios, la de aquel tiempo y la de ahora. Un mundo injusto, corrupto y violento, que empeora en vez de mejorar. Un mundo en que los hijos de Dios estamos expuestos a la maldad y el sufrimiento. Pero al final, Dios hará justicia.

El profeta había cuestionado el obrar de Dios, porque no veía que la injusticia reinante se estuviera castigando como debería. Después recrimina a Dios por utilizar un pueblo pagano para cumplir su juicio. En el versículo 20 llega la conclusión de toda esta sección: «Mas Jehová está en su santo templo; calle delante de Él toda la tierra». Dios ha dicho lo que tenía que decir. Está donde tiene que estar y hará lo que tiene que hacer, pero a su tiempo perfecto. Lo que corresponde ahora es callar.

La quinta lección para tener una fe perseverante es callarse un poco delante de Dios. Es verdad que podemos venir a Dios con nuestras quejas, dudas y reclamos, y que el Señor nos escucha con paciencia, pero debe llegar el momento en que dejemos de lado todo eso y, como dice Jeremías en Lamentaciones 3:26 , esperemos «en silencio la salvación del Señor». David en el Salmo 37:7 nos aconseja de la misma manera: «Guarda silencio ante Jehová, y espera en él».

Algo así hizo Ana, la mamá de Samuel. Ella sentía una enorme amargura a causa de su esterilidad. Era la burla de la familia. Cuando fue a la casa de Dios para orar, el sacerdote Elí la trató de borracha. Pero a pesar de todo, esta mujer supo dejar su carga ante el Señor, y una vez que lo hizo, «se fue por su camino, y comió, y no estuvo más triste».

Que sea nuestra experiencia.

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