La fe de Habacuc
Parte 4: Cultivar humildad y dependencia
Buenos días. A Habacuc le tocó ser testigo de uno de los periodos más difíciles de la historia de Israel; nada menos que presenciar la inminente desaparición temporal del reino de Judá en manos de los caldeos. Hay muchas cosas que el profeta no entiende del obrar de Dios, y de sus conversaciones íntimas con el Señor estamos aprendiendo algunas lecciones para tener una fe perseverante. Ya vimos que hay que conocer al que está en el trono, hay que despojarse de las expectativas humanas y hay que esperar con paciencia vigilante el cumplimiento de las promesas de Dios.
El dialogo con el Señor ya había cambiado la actitud de Habacuc. Ha aprendido que Dios sí está actuando y que debe esperar a que se desarrollen los acontecimientos. El profeta tiene razón, los babilonios eran peores que los israelitas, pero Dios advierte que, a su debido tiempo, ellos también serán castigados por su maldad. En este punto, Habacuc recibe una de las revelaciones más relevantes de las Escrituras, uno de los versículos del Antiguo Testamento más citados en el Nuevo, una frase que iluminó mentes y alentó corazones a lo largo de muchos siglos: «He aquí que aquel cuya alma no es recta, se enorgullece; mas el justo por su fe vivirá» (Habacuc 2:4).
En una sola frase describe la humanidad completa. Solo hay dos tipos de personas: el injusto, o «aquel cuya alma no es recta», y el justo. Se marca un contraste entre las dos formas en que cada uno de ellos se vincula con su Creador. El orgulloso cree que puede forjar su camino hacia la salvación por mérito propio. El justo, en cambio, reconoce su miseria espiritual y depende de Dios para su salvación.
Esta dicotomía entre suficiencia y dependencia queda expuesta desde Génesis 4, cuando los dos primeros humanos nacidos en este mundo traen sus ofrendas a Dios. Caín fue agricultor y trajo «del fruto de la tierra». Abel ofreció de lo mejor del ganado que pastoreaba. Y las Escrituras son claras al declarar que no había nada malo con la ofrenda de Caín, sino con Caín mismo. Lo que no agradó a Dios fue Caín. Su ofrenda no fue grata porque su corazón no fue grato ante Dios, pero Dios sí miró con agrado a Abel y a su ofrenda porque en él había otro corazón.
El mismo patrón se repite en la parábola del fariseo y el publicano de Lucas 18, que Jesús contó en respuesta «a unos que confiaban en sí mismos como justos, y menospreciaban a los otros». El fariseo consideraba que su meticuloso cumplimiento de la Ley le hacía merecedor del favor divino. Pero fue el publicano el que descendió justificado, porque no invocó sus obras para ser acepto ante Dios, sino que confió en la gracia de Dios para que le fuera propicio.
En Apocalipsis otra vez aparece la actitud del orgulloso en la autopercepción de la iglesia de Laodicea: «Yo soy rico, y me he enriquecido y de ninguna cosa tengo necesidad», cuando en realidad era un «desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo». El orgullo impide al hombre reconocer su verdadera condición espiritual, que es clave para la salvación. Por eso son bienaventurados los pobres en espíritu, porque saben que necesitan de Dios para su salvación. En contraposición con el que se enorgullece, está el que vive por fe, esa fe que mira a Dios y espera en Él.
Ser justo no es una conducta, sino una condición. No es justo el que se esfuerza en cumplir y en hacer, sino aquel que Dios declara justo por creer en Jesucristo, quien fue hecho pecado para que nosotros fuésemos hechos justicia de Dios en Él. Solo podemos ser justificados, o hechos justos, por medio de la fe. Como dice una canción: «fui hecho justo sin merecerlo» gracias a la cruz cubierta en sangre de nuestro Señor Jesús.
Decíamos que hay tres citas de Habacuc 2:4 en el Nuevo Testamento. En las dos primeras, Pablo lo cita para enseñar que la vida eterna se recibe por medio de su fe en Dios:
• En Romanos 1:17, «Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá», Pablo enseña que la justicia de Dios no se atribuye en razón de buenas obras, sino que se revela sobre la base de la fe en el Evangelio de Jesucristo.
• En Gálatas 3:11, Pablo cita Habacuc para mostrar que Dios siempre ha justificado a los hombres por la fe y no por la ley: «Y que por la ley ninguno se justifica para con Dios, es evidente, porque: El justo por la fe vivirá». La ley demanda obediencia estricta y completa; dice: «El que hiciere estas cosas vivirá por ellas», pero este cumplimiento perfecto es inalcanzable para el ser humano. Por eso vino Cristo y por eso el Evangelio dice: «El que cree tiene vida eterna».
• Pero Hebreos 10:38 agrega otra faceta: «Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradará a mi alma». Nos recuerda que toda la vida del justo es por la fe. La fe no solo es necesaria para la salvación, sino que es la esencia de la vida cristiana: «porque por fe andamos, no por vista». Es por la fe que el creyente puede resistir la presión y perseverar bajo la prueba, es por la fe que obtenemos el valor para no rendirnos ni retroceder, porque, como a Moisés, nos sostiene ver al Invisible; es decir, nos sostiene confiar en las promesas de Dios a pesar de las circunstancias hostiles.
En el contexto de Habacuc, con un juicio inminente por delante, la única perspectiva de salvación era confiar en Dios. Pero también es importante este otro mensaje: el justo debe mantenerse viviendo por la fe, o conforme a la Palabra de Dios, aunque el contexto sea sombrío.
Por tanto, la cuarta lección para tener una fe perseverante es cultivar una humilde dependencia de Dios, que nos permita ver lo invisible, para que nuestra mirada no esté enfocada en las circunstancias, sino en el Señor. El mundo no se cansa de repetir que hay que «ver para creer», pero Jesús dice que hay que «creer para ver». Así le dijo el Señor a Marta: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?».